Cuando en diciembre de 1511 Fray Antonio de Montesinos realizó su valiente sermón en Santo Domingo (“[…] todos estáis en pecado mortal, y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes”[1]) desde la caridad y la justicia, contribuyó a sentar las bases para un mayor reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas en América y pagó con su vida la denuncia de la esclavitud y las atrocidades cometidas en nombre de la colonización. Sin detenerme ahora en la carga de violencia que acarreó este periodo común a la historia de ambos continentes, pondero la relación ética que nos une a Europa, a su humanismo y su ejemplo, a nombres como el de Fray Bartolomé de Las Casas o Michel de Montaigne, opositor al saqueo de lo que se llamó el Nuevo Mundo a la par de Montesquieu, que como Voltaire, fue un antiesclavista militante y denunció la brutalidad de los europeos con los indios, el racismo que justificaba la trata de negros y la impiedad de quienes se hacían llamar cristianos.
Aquí vivió y estudió ese otro gran humanista que fue José Martí ; aquí
añoró su patria y padeció por ella. Desde sus experiencias de exiliado extrajo
parte de las enseñanzas que lo llevaron a afianzar su convicción de la
necesaria independencia de Cuba, que nada debía esperar de la metrópoli
española porque “sobre cimientos de cadáveres recientes y de ruinas
humeantes no se levantan edificios de cordialidad y de paz”. (La República
española ante la Revolución cubana, 15 de febrero de 1873)[2].
Las tempranas
lecturas que realizara de la obra de Víctor Hugo de la mano de su maestro
Rafael María de Mendive le acercaron a su ética, a su apego por los pobres de
la tierra, a su constante vigilia ante los reclamos de la humanidad. Sabemos
que el escritor más admirado y universal de Francia ofreció su apoyo a los
independentistas cubanos desde la primera contienda, declarando a las mujeres
de Cuba:
“La conciencia
es la columna vertebral del alma; mientras la conciencia sea recta, el alma
está de pie; yo no tengo más que esa fuerza, pero es suficiente. […]. Ninguna
nación tiene derecho a asentar su garra sobre otra”[3].
Ese anhelo de
justicia de Víctor Hugo por Cuba en una de las primeras acciones solidarias
dirigidas a apoyar la guerra de independencia contra España se hizo cuerpo años
más tarde en las acciones del Comité Francés de Cuba Libre (1896-97), en la
valentía de excomuneros como Charles Philibert Peissot en la Toma de Las Tunas,
en el trabajo de periodistas, de anarquistas y socialistas galos durante la última
guerra de independencia; cuajó igual en italianos y en polacos como Carlos
Roloff e incluso en españoles peninsulares que se unieron al Ejército
Libertador Cubano como también lo hizo desde América del Norte el
estadounidense Henry Reeve. James J. O’Kelly, un irlandés nacionalista que a
principios de la década de 1870 reportaba sobre la guerra de independencia de
Cuba para el The New York Herald arriesgó su vida en su afán
de revelar lo que sucedía en los campos cubanos y los plasmó en su célebre
libro La Tierra del Mambí, publicado en Cuba en 1930 con una
extensa introducción biográfica que corrió a cargo de Don Fernando Ortiz.
No olvido aquí a los que durante el siglo XX, antes y después del triunfo
de la Revolución cubana de 1959 alzaron su voz y arriesgaron su vida por Cuba,
como el partisano Gino Doné en la expedición del Granma, a aquellos que
participaron en la reconstrucción del país después del triunfo revolucionario y
a quienes, cuando más arreciaba el bloqueo a nuestra patria, dieron su aporte
en brigadas de ayuda, crearon asociaciones de solidaridad; muchos eran
intelectuales, científicos, obreros y sindicalistas, gente de bien que
defendían y han defendido con total desinterés y sin reparo alguno a nuestra
patria desde aquel entonces y hasta el presente. Para ellos va nuestra infinita
gratitud.
Muchos cubanos dejaron igualmente sus vidas en los campos de la antigua
metrópoli defendiendo la Segunda República en contra el fascismo y fueron
mayoría en las Brigadas Internacionales durante la guerra civil española; por
solo citar un ejemplo. Más recientemente, cuando la muerte parecía imponerse
durante la pandemia de COVID-19, las brigadas médicas cubanas salvaron vidas en
Italia, Andorra y territorios franceses de ultramar, desinteresadamente.
De estos y otros modelos de integridad, de solidaridad transcultural, de reconocimiento de la alteridad y de justicia universal se ha nutrido nuestra historia común. Cuba no sería Cuba sin ellos, sin su perenne relación amistosa y poética con los ideales de independencia, sin su deseo de adherir a nuestras causas. Esa es la savia de la que nos nutrimos; de esos paradigmas de generosidad y altruismo venimos.
¿Qué solidaridad defendemos?
La solidaridad es una acción más que una definición, pero queremos recordar
que proviene de la raíz latina soliditas, “que expresa solidez,
realidad homogénea de algo físicamente entero, unido, compacto”[4]. Ese sentido metafórico
recuerda la máxima martiana de hacer causa común con los oprimidos o su
exhortación a “andar, en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los
Andes” (Nuestra América, 1891) a los hombres y mujeres de América. He
ahí la solidez a la que aspiramos; he ahí la unidad que creemos necesaria para
ayudar a Cuba desde cualquier parte del mundo. Y ese anhelo de unidad reúne
como hoy aquí a los cubanos que defienden su patria en este continente como a
los nacidos en él.
La solidaridad es complementaria a la justicia. No puede entonces
prescindir de ella ni puede haber unidad entre solidarios donde no hay ética y
escasos valores. Cuando los poderosos y sus aliados actúan con paternalismo en
dirección de los más débiles, no cambian las estructuras sociales ni políticas
que originan las desigualdades de los menos favorecidos. Es como ser vendedor
de látigos y ponerle luego curitas al esclavo. Esa no es la solidaridad que
defendemos.
No podemos ser solidarios eficaces con Cuba sin considerar que esa entrega
de sí para el otro solo es posible si se da en igualdad de condiciones. Y ese
terreno desde la alteridad y para ella se gana con organización, fomentando una
cultura de la solidaridad, con alfabetización política.
La solidaridad con la mayor de las Antillas exige responsabilidad y tomar
partido para llevar a la práctica acciones conjuntas en el sentido de la
liberación del bloqueo económico, comercial y financiero, hoy reforzado por 243
medidas desde la administración Trump y de la eliminación definitiva de Cuba de
una lista unilateral, supuesta lista de países patrocinadores del terrorismo.
Problemas que enfrentamos los solidarios en Europa
La solidaridad en y desde Europa se ve impactada, por un lado, por
posiciones serviles de los adversarios de Cuba que van desde acciones violentas
pagadas por los fondos de la política imperial, hasta la desfachatez de exigir
el refuerzo del bloqueo en la Unión Europea, o el ataque judicial a compañeros,
solicitándoles multas descomunales y años de cárcel solo por el hecho de
defender a Cuba como a los de Cubainformación. Ninguno de estos aliados de EEUU
condena sin embargo la ilegalidad del genocidio que es el bloqueo. Para eso y
más encuentran apoyo en hordas canallescas y multiformes, que cada día
desplazan más el centro neurálgico de la contrarrevolución miamense hacia la
vieja Europa. Otros, se afanan en desideologizar una lucha eminentemente
política imponiendo sus métodos y fines poco ortodoxos, con un arsenal
mediático bien estudiado y pretensiones que podemos descifrar en su léxico
huero y su actuar intimidatorio. La patria no es fuero de nadie. Pero su
independencia no es soluble en fórmulas de prestidigitadores.
Aquí no se libra una batalla entre solidaridad y argumentos de plastilina
de mercachifles a la moda. Aquí se trata de luchar con convicción por la vida,
por la paz, por el derecho de un pueblo a vivir que no lo pide de rodillas,
sino con su intransigencia y con las armas de la virtud ganada a fuerza de
siglos de lucha, de sus victorias morales como en Punta del Este, o políticas y
militares como las de Playa Girón, o contra el Apartheid, o bien científicas y
en su ejemplo de tierra solidaria que no va por el mundo atacando pueblos con
bombas, sino brindando ayuda, paz y amor verdadero por la Humanidad, siempre a
contrapelo de los desmanes apocalípticos del imperialismo.
Desaprobamos como cubanos solidarios las mascaradas de quienes en busca de métodos heredados de las « democracias » europeas, pretenden exigirle a Cuba desde aquí derechos de voto, sin sopesar consecuencias. Huelga decir que hay errores cuya magnitud en patria sitiada como la nuestra son un error, como afirmó Martí, en la humanidad moderna.
La solidaridad, como la revolución « no se hace, sino que se organiza »
Debemos lograr la creación de un comité de solidaridad de vanguardia, que
en su composición respete el equilibro entre cubanos residentes defensores de
su patria y europeos solidarios, seleccionados todos democráticamente en el
seno de las asociaciones de solidaridad de los veintiocho países europeos,
donde no escasean los cubanos celosos de la salvaguarda de su independencia y
de la obra de la Revolución.
Es necesario que esta solidaridad se ocupe, no solo de aliviar las
consecuencias del bloqueo como bien se ha hecho y cuánto se agradece, sino que
debemos ir a sus causas, luchar por cambiar las estructuras legales que lo
sostienen y que le permiten a EEUU actuar con toda impunidad incluso en este
continente, donde nos alcanza a todos su extraterritorialidad.
Ese es uno de los principales retos actuales, como lo es llevar adelante eventos, charlas y audiochats para la alfabetización política de las nuevas generaciones. Instruirnos, estudiar la realidad y el contexto político que nos rodea, interrogar y dialogar con los pensadores del pasado de ambos continentes, despertar a Lenin, a Marx, a Gramsci tan injusta y voluntariamente relegados por las élites que prefieren eludirlos, ocultarlos a quienes sufren hoy los mismos males de ayer por parte de las oligarquías. Volver sin cesar al pensamiento universal y a esa mina sin acabamiento que es la obra de Martí, la de Mella, de Villena, de Pablo de la Torriente Brau, del Che, de Fidel. Y no olvidar esa máxima de Lenin en el centenario de su muerte: « No hay teoría revolucionaria sin práctica revolucionaria y viceversa ».
[1] «[…] estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacificas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los teneis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que, de los excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? CASAS, B. de las. Historia de las Indias, ahora por primera vez dada a la luz por el Marqués de la Fuensanta del Valle y D. José Sanchez Rayón. Madrid : M. Ginesta, 1875-76. 5 vols. lib. 3, cap. 4
[2] Martí, José,
La República española ante la Revolución cubana, 15 de febrero de 1873
https://biblioteca.org.ar/libros/157524.pdf
[3] Hugo, Víctor, Hauteville-House,
15 de enero de 1870 en REYES SANCHEZ, Ana María, «A las mujeres de Cuba »,
citado en « Las cartas de Víctor Hugo a Cuba », Opus Habana, 26 de
Febrero de 2010, http://www.opushabana.cu/index.php/articulos/28-articulos/2171#:~:text=La%20conciencia%20es%20la%20columna,bien%20en%20dirigiros%20a%20m%C3%AD.
[4] Moënne B,
Karla, El concepto de la solidaridad, Revista Chilena de
Radiología, Vol. 16 Nº 2, año 2010. 51.
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