Celebramos cada 20 de octubre el Día de la Cultura
cubana, en recuerdo de aquel acto que marcó el nacimiento de nuestro espíritu de
nación, que pocos días después del inicio de una guerra de independencia
contra España signó con sangre cuajada de nuestros mártires el
autorreconocimiento de nuestra identidad.
En medio de la algarabía de la toma de la ciudad de
Bayamo por el Ejército Libertador de la República en Armas, el abogado Perucho
Figueredo escribió sobre la montura de su caballo las letras del himno
nacional. A galope corrió junto a su tinta la expresión de una resistencia a la
vez física y espiritual contra poderes que, sin conocernos, habían dibujado
nuestros contornos durante cuatro siglos, mirándonos con desdén, y desde lejos.
De golpe entraron las islas del Caribe en la
historia del Mundo a través de los escritos de Colón, donde pintaba a nuestros
indios "bellos y amables", de "pensamiento como el azul del
cielo" (“El padre de Las Casas”, La Edad de Oro, 1889). A instancias de lo
que otrora fue el Mediterráneo, nos convertimos en el escenario
de una colonización que sumó, a lo largo de cuatrocientos años, todas las influencias, todos los sincretismos
culturales y religiosos del mundo, que amalgamándose surgieron con un ímpetu
nuevo, con características y propuestas inéditas en todas las manifestaciones
artísticas: en la literatura, la música y la danza, la pintura o el teatro,
concentrando siglos de migraciones y de transculturación.
Las aspiraciones de lograr nuestra independencia de
la metrópoli española se afianzarían así a lo largo del siglo XIX como
principio de una justicia histórica que también lo fue en lo cultural. Difícil
es no citar al Héroe Nacional de Cuba José Martí, quien en carta dirigida a su
amigo y poeta José Joaquín Palma (secretario de Carlos Manuel de Céspedes y
fundador de El Cubano libre, primer periódico mambí), le expresaba desde su
exilio en Guatemala en 1878 su preocupación por la persistente veneración en
Cuba de modelos foráneos:
"Hambrientos de cultura, la tomamos donde la
hallamos más brillante. Como nos vedan lo nuestro, nos empapamos en lo ajeno.
Así, cubanos, henos trocados, por nuestra forzada educación viciosa, en
griegos, romanos, españoles, franceses, alemanes".
Sin considerarlo como una normativa para los
creadores, Martí visualizó la revolución iniciada en octubre de 1868 como el
acto fundacional de una nación todavía imaginaria, que ya iba fraguándose desde
el pensamiento filosófico de Félix Varela, "Aquel patriota entero, que
cuando vio incompatible el gobierno de España con el carácter y las necesidades
criollas" nos enseñó a pensar. Así lo afirmó Martí, así lo soñó José de la
Luz y Caballero (discípulo de José Agustín Caballero) maestro de los ilustres
cubanos Manuel Sanguilí y José María de Mendive.
Con esta pléyade de grandes pensadores, que se
sitúan entre los más importantes que haya producido América Latina, aprendimos
poco a poco a definirnos, a mirarnos desde nosotros mismos, a edificar nuestro
imaginario de nación, en un continente que debía salvarse, como subrayara José
Martí en su cenital ensayo Nuestra América, por medio de la creación.
Que “crear” siga siendo solución, verbo y palabra de paso, a
la vez clave y matriz de nuestra idiosincrasia y de nuestra voluntad de
independencia.
Por Patricia Pérez
Celebramos cada 20 de octubre el Día de la Cultura
cubana, en recuerdo de aquel acto que marcó el nacimiento de nuestro espíritu de
nación, que pocos días después del inicio de una guerra de independencia
contra España signó con sangre cuajada de nuestros mártires el
autorreconocimiento de nuestra identidad.
En medio de la algarabía de la toma de la ciudad de
Bayamo por el Ejército Libertador de la República en Armas, el abogado Perucho
Figueredo escribió sobre la montura de su caballo las letras del himno
nacional. A galope corrió junto a su tinta la expresión de una resistencia a la
vez física y espiritual contra poderes que, sin conocernos, habían dibujado
nuestros contornos durante cuatro siglos, mirándonos con desdén, y desde lejos.
De golpe entraron las islas del Caribe en la historia del Mundo a través de los escritos de Colón, donde pintaba a nuestros indios "bellos y amables", de "pensamiento como el azul del cielo" (“El padre de Las Casas”, La Edad de Oro, 1889). A instancias de lo que otrora fue el Mediterráneo, nos convertimos en el escenario de una colonización que sumó, a lo largo de cuatrocientos años, todas las influencias, todos los sincretismos culturales y religiosos del mundo, que amalgamándose surgieron con un ímpetu nuevo, con características y propuestas inéditas en todas las manifestaciones artísticas: en la literatura, la música y la danza, la pintura o el teatro, concentrando siglos de migraciones y de transculturación.
Las aspiraciones de lograr nuestra independencia de
la metrópoli española se afianzarían así a lo largo del siglo XIX como
principio de una justicia histórica que también lo fue en lo cultural. Difícil
es no citar al Héroe Nacional de Cuba José Martí, quien en carta dirigida a su
amigo y poeta José Joaquín Palma (secretario de Carlos Manuel de Céspedes y
fundador de El Cubano libre, primer periódico mambí), le expresaba desde su
exilio en Guatemala en 1878 su preocupación por la persistente veneración en
Cuba de modelos foráneos:
"Hambrientos de cultura, la tomamos donde la
hallamos más brillante. Como nos vedan lo nuestro, nos empapamos en lo ajeno.
Así, cubanos, henos trocados, por nuestra forzada educación viciosa, en
griegos, romanos, españoles, franceses, alemanes".
Sin considerarlo como una normativa para los
creadores, Martí visualizó la revolución iniciada en octubre de 1868 como el
acto fundacional de una nación todavía imaginaria, que ya iba fraguándose desde
el pensamiento filosófico de Félix Varela, "Aquel patriota entero, que
cuando vio incompatible el gobierno de España con el carácter y las necesidades
criollas" nos enseñó a pensar. Así lo afirmó Martí, así lo soñó José de la
Luz y Caballero (discípulo de José Agustín Caballero) maestro de los ilustres
cubanos Manuel Sanguilí y José María de Mendive.
Con esta pléyade de grandes pensadores, que se
sitúan entre los más importantes que haya producido América Latina, aprendimos
poco a poco a definirnos, a mirarnos desde nosotros mismos, a edificar nuestro
imaginario de nación, en un continente que debía salvarse, como subrayara José
Martí en su cenital ensayo Nuestra América, por medio de la creación.
Que “crear” siga siendo solución, verbo y palabra de paso, a
la vez clave y matriz de nuestra idiosincrasia y de nuestra voluntad de
independencia.
Por Patricia Pérez
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