Fidel Castro: la verdad que todavía nos llama


Por Federica Cresci. Miembro de Cuba Mambí – Grupo de Acción Internacionalista. - El 13 de agosto recordaremos el nacimiento de un hombre que marcó la historia no solo de Cuba, no solo de América Latina, sino de toda la humanidad: Fidel Castro Ruz. Celebrarlo hoy no es solo un acto de memoria: es un imperativo político y moral. Es un acto de resistencia. Es un grito que atraviesa este mundo desgarrado por las guerras, la miseria, el dominio de las multinacionales y del imperialismo, para afirmar que otro camino sigue siendo posible. Y es el camino que Fidel trazó con su palabra y con su acción.

Vivimos tiempos oscuros. Las bombas caen sobre Gaza, donde un pueblo entero resiste desde hace décadas el colonialismo sionista con una dignidad que el mundo finge no ver. En Ucrania, un conflicto hijo del expansionismo de la OTAN trae muerte, destrucción y crecientes tensiones nucleares. La OTAN, presentada en otros tiempos como una alianza defensiva, ha mostrado su verdadero rostro: es el instrumento militar del imperialismo occidental. Y Fidel Castro lo dijo con una claridad que hoy suena profética:

“La OTAN se ha convertido en la organización terrorista más peligrosa de la historia. Una máquina de guerra que solo sirve a los intereses del imperio estadounidense.”

— Fidel Castro, 2011

Fidel entendió que el futuro de la humanidad no podía quedar en manos de las lógicas bélicas de Occidente:

“Es urgente construir un mundo multipolar. No podemos permitir que un solo país, o una sola alianza militar como la OTAN, decida el destino de la humanidad.”

— Cumbre de los Países No Alineados, 1998

Su propuesta era clara: un nuevo orden internacional, fundado en la solidaridad, la cooperación Sur-Sur y el respeto a la soberanía de los pueblos. Una visión que anticipó con lucidez la crisis del actual sistema global. Fidel sabía que para derrotar al imperialismo no bastaba resistir: era necesario crear una alternativa política, económica, cultural y espiritual. No existen atajos. La paz no viene de los misiles, sino de la justicia. Y los pueblos no necesitan alianzas militares, sino alianzas de humanidad:

“Los pueblos deben unirse contra el imperio y su máquina militar. Debemos soñar un mundo sin bases militares extranjeras, sin bloqueos económicos, sin bombardeos ‘humanitarios’, sin invasores disfrazados de salvadores.”

— Fidel Castro, 2003

Fidel no fue solo el líder de la Revolución cubana: fue un estadista, un visionario, un combatiente incansable por la justicia social, la soberanía de los pueblos y la dignidad humana. Fue el hombre que, en 1992, en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, denunció con palabras proféticas el desastre ambiental generado por el capitalismo:

“Una especie en peligro de extinción: el ser humano. No podemos hacernos ilusiones de que los ricos resolverán el problema de los pobres. Los pobres son las verdaderas víctimas de la destrucción ambiental.”

— Fidel Castro, Cumbre de la ONU sobre el Medio Ambiente, Río 1992

Fidel fue también la voz más firme en defensa de la PALESTINA LIBRE. Denunció abiertamente la complicidad del imperialismo estadounidense con los crímenes del sionismo:

“Estados Unidos defiende a Israel como si fuera una provincia americana. Pero Israel es el gendarme armado del imperio en Medio Oriente. Palestina tiene derecho a la vida, a la tierra, a la paz.”

— Fidel Castro, discurso del 3 de abril de 2002

Y no dudó en llamar a las cosas por su nombre:

“El imperio estadounidense es el más brutal y destructivo que haya conocido la historia humana. Ha exportado bombas, tortura, golpes de Estado, crisis económicas, pero nunca justicia, nunca equidad.”

— Fidel Castro, 2003

Fidel fue también el hombre que nunca exportó bombas, sino médicos, maestros y solidaridad. Defendió la causa palestina, apoyó a Angola contra el apartheid, envió brigadas sanitarias donde hicieran falta. Defendió con firmeza la verdad y la dignidad de Cuba en los momentos más difíciles: desde el caso de Elian González hasta la causa de los Cinco Héroes Cubanos, y durante los años más duros del “Período Especial”.

Yo llevo en mi vida el privilegio y el honor de haber vivido parte de aquellos años junto a la Revolución. Era una joven recién graduada, de regreso de un período de estudios en Cuba, cuando comencé a trabajar en la Embajada de Cuba en Roma. Los años 90 y 2000 fueron durísimos: sí, existían las computadoras, pero en toda la sede solo teníamos dos. Internet era lento y el acceso limitado, y sin embargo había que actuar rápido: los discursos de Fidel llegaban en inglés y había que traducirlos al italiano al instante, difundirlos, enviarlos, y combatir en el frente de la información.

Y cuando se estaba agotados, al final de una jornada extenuante, sonaba el teléfono. Era Fidel. Seguía cada caso personalmente. En los momentos de mayor tensión llamaba a las embajadas cubanas del mundo a través de los embajadores: daba instrucciones detalladas, líneas políticas claras, pero también palabras de aliento, lucidez y fuerza. Se sentía su presencia. Se trabajaba con la sensación de que el Comandante estaba allí, entre nosotros, guiándonos. No por protocolo, sino por convicción.

Y eso daba a todos – desde los funcionarios hasta las secretarias, desde los choferes hasta los guardias de seguridad – una fuerza imparable. Recuerdo las campañas por Elián González, por los Cinco Héroes, el dolor por la muerte de Fabio Di Celmo, víctima de un vil atentado terrorista en el Hotel Copacabana de La Habana, parte de una serie de explosiones que golpearon instalaciones turísticas cubanas en los años 90.

Esas bombas fueron obra de la mafia cubano-americana y de la disidencia mercenaria, generosamente pagada para sembrar pánico e inestabilidad, con el objetivo de provocar una contrarrevolución interna. Los fondos no eran ocultos: provenían directamente de agencias del gobierno estadounidense como la CIA y la USAID (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional), esta última supuestamente dedicada a la cooperación, pero utilizada como herramienta de subversión y penetración ideológica en los países que se oponían a la hegemonía de Washington.

Detrás de estos crímenes estaba también la figura infame de Luis Posada Carriles, conocido terrorista, ex agente de la CIA, enemigo acérrimo de Fidel Castro, implicado en el atentado de 1976 contra un avión de Cubana de Aviación (73 muertos), y considerado autor intelectual de la campaña de bombas en La Habana. A pesar de estos crímenes, vivió libremente en Miami, protegido por el gobierno estadounidense, sin ser jamás juzgado ni extraditado: un asesino impune, símbolo de la hipocresía imperial.

Recuerdo también la rabia y la cohesión frente a las traiciones internas en Cuba, como las de Felipe Pérez Roque y Carlos Lage, respectivamente Ministro de Relaciones Exteriores y Secretario del Consejo de Ministros: heridas profundas, que sin embargo no quebraron la trayectoria moral y revolucionaria del proyecto cubano, siempre guiado con firmeza por Fidel y Raúl.


Pero sobre todo, recuerdo una comunidad que nunca se rendía. Una comunidad política y humana que encontraba en el pensamiento y en la guía de Fidel la razón para no claudicar, para trabajar no por un salario, sino por una causa.

Hoy que el mundo parece precipitarse en el caos, regreso con la mente y el corazón a aquellos días. Y me digo, con más convicción que nunca: FIDEL TENÍA RAZÓN. Tenía razón sobre la OTAN, sobre el imperialismo, sobre el medio ambiente, sobre la desinformación, sobre la autodeterminación de los pueblos, sobre la necesidad de formar conciencias.

Por eso hoy, todos y todas, Compañeros y Compañeras, no solo en Cuba sino en todo el mundo, no podemos permitirnos olvidarlo. No podemos permitirnos traicionarlo.

Debemos estudiarlo, difundirlo, ponerlo en práctica. Fidel no es un icono a venerar: es una guía a seguir. Su legado nos llama a la acción, estemos donde estemos, hagamos lo que hagamos en la lucha.

Yo le estaré agradecida por siempre. A él, a la Revolución Cubana, y al pueblo cubano que me enseñó el valor de la dignidad, de la resistencia, de la lucha y de la sonrisa.

“A mal tiempo, buena cara”, me decían en La Habana, y ese lema me acompaña aún hoy, todos los días de mi vida.

Que este 13 de agosto que se aproxima sea un día no solo de conmemoración, sino de RENOVADO COMPROMISO PARA TODOS Y TODAS.

Porque seguir a Fidel hoy no es un acto nostálgico: es la única manera de tener futuro.

¡Hasta la victoria siempre, Comandante!

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