José Martí: espacios e intercambios. Por Patricia Pérez

Los cambios espaciales que efectuó José Martí desde su juventud y hasta su muerte condicionaron su pensamiento y filiación continental, como también su universalidad. Si bien se autodesignó en sus versos como el “cubano sin patria” (“Yo quiero, cuando me muera/sin patria, pero sin amo…”; Versos sencillos); al viajar a las repúblicas latinoamericanas (1875-1881) se apropió del espacio americano, se contagió con su naturaleza y en México, se sintió “americano”, “mexicano” (“¡Oh México querido! ¡Oh México adorado, ve los peligros que te cercan! ¡Oye el clamor de un hijo tuyo, que no nació de ti”, Nuestra América*; p. 268). Ya el resto de América, después de esta primera etapa, le parecerá su casa propia (“nuestra América”). En Guatemala, escribe su amor por esas tierras: “estos son mis aires y mis pueblos”[1], y funda la “Revista Guatemalteca”. En Venezuela, la “Revista Venezolana”, donde dice “nosotros” y se proclama “hijo de América”. Fue Venezuela para él como una madre (desde 1881) casi divina.

De esa apropiación que aquí comentaremos se deriva en Martí la idea de patria: la patria nacional – la patria continental – la Patria/Humanidad (sus tres patrias) al tiempo que rechaza la “patria chica”, es decir la patria local, la idea o el espíritu de “aldea”. 

Al hablar de espacios en Martí volvemos reiteradamete a su idea de patria continental: es decir la que poco a poco va a tomar la forma de “nuestra América”. Desde su estancia en Guatemala advierte: “Rencillas personales, fronteras imposibles, mezquinas divisiones ¿cómo han de resistir, cuando esté bien compacto y enérgico, a un concierto de voces amorosas que proclamen la unidad americana?” (NA; 313). En el ensayo “Nuestra América”, pasa de la “patria chica” a la “América nueva”, concibiendo y conceptualizando un espacio con una sola frontera (política y cultural), la que va del Río Bravo entre México y Estados Unidos hasta la Patagonia. Nuestras tierras hermanas, lejos de desangrarse en guerras inútiles de fronteras que Martí condenaba con vigor, debían a su juicio unirse para obtener la liberación de las Antillas españolas de la dominación colonial (“Si quiere libertad nuestra América, ayude a hacer libres a Cuba y Puerto Rico”[2]) y evitar con ello el peligro mayor que acechaba al continente. Es tan importante la noción de espacio que Martí cierra el ensayo “Nuestra América” con el “Gran Espacio”, del Bravo a Magallanes, para afianzar la construcción de la “América nueva”. Pero eso no significaba sin embargo que debía encerrarse en sí misma, sin relacionarse con el resto del mundo. Era y es una necesidad mayor (véase el uso del imperativo en “Injértese en nuestras repúblicas el mundo”; NA, p.34), pero conservando un eje vertical único, que era el alma misma de sus naciones.

Destaca además la dicotomía entre espacios urbanos y rurales (cf. “Un viaje a Venezuela”). Martí rechaza la vida de la gran ciudad y se queda asombrado por la tierra que espera al labrador que la fecunde. 

Mientras Domingo Faustino Sarmiento y Justo Sierra miraban hacia el Norte como modelo de virtudes y perfecciones (“Alcancemos a los Estados Unidos […] Seamos los Estados Unidos”)[3], Martí denunciaba las entrañas del monstruo en que había vivido y padecido. El imperialismo avanzaba aceleradamente en su interior (monopolios, dominación del capital financiero) y hacia el exterior de sus fronteras. La proyección de su política en Cuba y en el resto de América, de marcado carácter expansionista e intervencionista, condujo a Martí a expresar su denuncia durante las Conferencias Internacional y Monetaria y posteriormente en “Madre América” y “Nuestra América”, con la consiguiente organización y participación en la “guerra necesaria”. El radicalismo de su lucha antimperialista le otorgó, como afirmara Juan Marinello, su “relieve de héroe mayor de veinte pueblos atacados por el mismo enemigo”[4].

“Yo vengo de todas partes/ Y hacia todas partes voy.”

Pero José Martí es también un universalista “sin fronteras de espacio ni de época” (Cintio Vitier)[5]. Si bien fue uno de los Maestros fundamentales de todos los pueblos de la que él nombró “nuestra América” y, como lo nombrara Gabriela Mistral “el mejor hombre de nuestra raza”, también fue el primero en borrar las fronteras entre los hombres (“Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas”; NA; p.39) y las clases, considerando a la humanidad como (su) patria. Vale recordar las palabras que el hispanista francés Noel Salomón le dedicara en el homenaje rendido por la UNESCO en la noche del 19 de mayo de 1972:

“El contenido de su humanismo a la vez revolucionario y moral no concierne sólo a Cuba o América Latina. José Martí nos interesa también a los europeos. Por ello lo reivindicamos como nuestro, nuestro no por tal o cual influencia cultural que habría recibido él del “viejo mundo”, sino porque el viejo mundo lo necesita para seguir siendo joven. (…) Vocero de una humanidad sana, generosa, entusiasta, sensible, equilibrada por el ensueño, la razón y la experiencia, él puede ayudarnos a vivir con “hombría” y a no esperar. Escritor genuinamente cubano, americano entero y cabal, fue sin lugar a dudas José Martí. Pero ahora es mucho más: por haberlo sido auténtica y plenamente se ha convertido en lo que debe ser el escritor latinoamericano de hoy: en un contemporáneo de todos los hombres, que escribe y obra “con todos, y para el bien de todos.”

Espacios e intercambios.

La idea más interesante e innovadora en José Martí (que no desarrollaremos aquí) es, sin duda, el fruto de constantes intercambios dentro del espacio latinoamericano que hoy llamamos mestizajes culturales. En primer lugar, él asume las distintas capas de la historia: las culturas precolombinas, el legado español y europeo, las luchas de los héroes autóctonos, la presencia africana. Toda esa genealogía de la “América híbrida” (NA; p. 425) la hace suya, asumiendo tanto la “sentina” como el “crisol”. Para el héroe cubano, esa simbiosis social fue un hecho positivo (a contracorriente de Sarmiento y otros dirigentes e intelectuales criollos blancos del siglo XIX); no era yuxtaposición de componentes, sino una confluencia que abrió paso a una nueva cultura (el crisol, el ajiaco de Fernando Ortiz, la n’ganga de los cultos afrocubanos…). A esas ideas de carácter sociocultural se suman sus postulados económicos y todo cuanto expresó Martí sobre los intercambios comerciales. Aunque el Apóstol de la Independencia cubana no fue economista, meditó y escribió desde los años 1880 sobre estos asuntos de primer orden. En el número uno de La América, publicó “El tratado comercial entre Estados Unidos y México” (Nueva York, marzo de 1883; t. 18, OC/EC), donde recalcó el interés continental de dicho tratado:

“No ha habido en estos últimos años […] acontecimiento de gravedad mayor para los pueblos de nuestra América Latina que el tratado comercial que se proyecta entre los Estados Unidos y México. No concierne solo a México […]. El tratado concierne a todos los pueblos de la América Latina que comercian con los Estados Unidos. No es el tratado en sí lo que atrae a tal grado la atención; es lo que viene tras él. Y no hablamos aquí de riesgos de orden político […]. Hablamos de lo único que nos cumple, movidos como estamos del deseo de ir poniendo en claro todo lo que a nuestros pueblos interese; hablamos de riesgos económicos”.

Martí puso en evidencia la desigualdad que el tratado, supuestamente recíproco, llevaba implícita, con desventajas mayores para México y la quiebra previsible para el resto de los países, a los que invitaba a reflexionar sobre sus posibles consecuencias. En los años siguientes, formuló soluciones (sobre todo en 1886-1887) para afianzar la democracia en el plano económico, político y social: incitó a la multiplicación de la pequeña propiedad agraria, al desenclave de las regiones más alejadas u olvidadas, y contrarrestó el poder de los monopolios (industriales y bancarios) proponiendo la nacionalización de los ferrocarriles y otros medios de comunicación. Alabó, para nuestra América, sus avances y potencialidades en materia científica[6]. Expresó ideas muy pertinentes y oportunas en el marco de las Conferencias de Washington, especialmente la Conferencia Monetaria. Para él, un pueblo debía estar abierto a los intercambios culturales y comerciales, con todos. Sin embargo, abogó por una posición electiva, en el sentido en que pensaba que un pueblo debe abrirse al mundo entero, sin exclusividad, pero debía escoger, elegir lo que es conveniente para él, en función de su historia y sus especificidades. Sostuvo que un país no podía tener un solo socio, sino intercambios diversificados, sobre la base de la reciprocidad y la igualdad, sin lo cual:

“Quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra manda, el pueblo que vende sirve; hay que equilibrar el comercio para asegurar la libertad; el pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse vende a más de uno. El influjo excesivo de un país con el comercio de otro se convierte en influjo político. La política es obra de los hombres, que rinden sus sentimientos al interés, o sacrifican al interés una parte de esos sentimientos. Cuando un pueblo fuerte da de comer a otro se hace servir de él. Cuando un pueblo fuerte quiere dar batalla a otro, compele a la alianza y al servicio a los que necesitan de él. El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios. Distribuya sus negocios entre otros países igualmente fuertes. Si ha de preferir a alguno, prefiera al que lo necesite menos. Ni uniones de América contra Europa ni con Europa contra un pueblo de América. El caso geográfico de vivir juntos en América no obliga sino en la mente de algún candidato o algún bachiller a unión política”. (N.A, 154-155)

Frente al unilateralismo estadounidense y sus claras pretensiones de acaparar las materias primas de América, donde se venderían sus producciones excedentes a mayor precio, Martí ya no sólo se empeñará en dar a conocer la nación norteña (como en sus Escenas norteamericanas, 1881-1892), sino que alertará a los pueblos, denunciando abiertamente su política capitalista e injerencista. Sabía el Apóstol cuánto empeño habían puesto los EE.UU desde el Congreso Anfictónico de Panamá en1826 y de qué eran capaces con tal de desarticular cualquier intento de unión continental del cual podrían estar excluidos. Las advertencias de Bolívar desde 1829 fueron claras cuando sostuvo que "Los EE.UU parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad". En 1889, durante la primera Conferencia, Martí aborda por primera vez el tema del desequilibrio del mundo (La Nación, 20 de diciembre de 1889) y reconoce, tras lo que se perfila en la esfera económica, comercial, política, marítima, militar y diplomática, lo que no tardó en llamarse “imperialismo”, temible para el resto del continente y para la paz de todas las naciones del orbe.

En las dos Conferencias de 1889-1890 y de 1891, donde intervino personalmente, José Martí logró enfrentarse con éxito a dos proyectos panamericanistas concebidos por el secretario de estado Jame G. Blaine, para asegurar el sometimiento económico y político de nuestra América:

- El primero era sentar las bases para la construcción de un bloque de repúblicas americanas en beneficio de los monopolios industriales y financieros.

- El segundo, siguiendo el camino que habían intentado trazar en la conferencia anterior, era procurar que los países latinoamericanos adoptaran un bimetalismo riguroso y una moneda americana común. (Estrade, 2000, p. 644)

Estos proyectos, aunque fallidos, fueron las primeras maniobras diplomáticas estadounidenses en la definición de su línea abiertamente imperialista, de marcada agresividad, declarada para con el resto del continente. Los mismos fueron secundados por la larga lista de ocupaciones militares y amenazas de intervención a finales de siglo y a lo largo del siglo XX en la América insular y continental, con las cuales buscaba afianzar su poderío en la región. En 1910 se funda la Unión Internacional de Repúblicas durante la Cuarta Conferencia Internacional de Estados Americanos y en 1947, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) instituyó el principio de una solidaridad colectiva que la Carta de Bogotá reforzó al año siguiente, dando origen a la OEA (1947), con similares objetivos que las anteriores conferencias panamericanistas. Desde entonces y hasta hoy, la política intervencionista estadounidense, para la cual América Latina sigue siendo la región más importante del mundo por sus recursos económicos y su cercanía, no ha cambiado ni un ápice. Durante la reuniones del Consejo Interamericano Económico y Social en Punta del Este (Uruguay; 1962), surgió la propuesta de “ayuda” a los países latinoamericanos, conocida como la Alianza para el Progreso. En la negativa cubana frente a esa nueva maniobra de establecer tratados para los pueblos de América, se escuchó una vez más la voz de José Martí.

Aunque Estados Unidos no logró su afán de imponer el patrón plata como moneda única en América a finales del siglo XIX, ese fracaso fue solo temporal. Desde 1944 y los acuerdos de Bretton Woods, Washington logró imponer el dólar como moneda de referencia en el mercado mundial con una relación nominal con el oro. Así, la masa monetaria en circulación en el mundo se garantizaba con reservas en oro. Estados Unidos dibujó así el nuevo sistema financiero internacional que le permite una dominación total sobre el resto del mundo. La suspensión de la convertibilidad dólar/oro en 1971, a causa de la falta de reservas suficientes, confirmó la hegemonía estadounidense en el campo financiero y monetario, indiscutida hasta hoy a pesar de la emergencia de otras monedas como el euro o el yuan [7]. Sobre este último punto, hay un puente evidente con la noción de poder y con las advertencias que en su época, y trascendiendo el espacio continental, enunciara tan acertadamente José Martí.


El positivismo heredado del siglo anterior por las élites latinoamericanas y su confianza en el progreso, las condujo a la aceptación, a lo largo del siglo XX, de la oferta de préstamos bancarios provenientes de Europa y de los Estados Unidos (después de la primera guerra mundial) para la explotación de grandes cantidades de tierra, la exportación de productos alimenticios y de materias primas, para el desarrollo de las infraestructuras en el ámbito de los transportes nacionales e intercontinentales o la producción de energía eléctrica, que contribuirían a una mejor integración de América Latina al mercado mundial, en detrimento de sus soberanías. Pero la incapacidad de hacer frente a sus obligaciones colocó a la mayoría de las naciones en una situación inédita, que llevó en los años 1930 a la renuncia del pago de sus deudas, con el objetivo de restablecer sus economías. Este fenómeno no se repitió en los años 1980, cuando la nueva crisis de la deuda de los países de Latinoamérica llevó, muy al contrario, al despliegue de una política ofensiva de intervención de Estados Unidos, coadyuvada por la incapacidad de los gobiernos latinoamericanos de organizar un bloque común ante la deuda. Todo ello condujo a una reducción de las posibilidades de emancipación y de desarrollo en lo político y en lo económico de los países de nuestra América y al reforzamiento del liderazgo de los Estados Unidos en el área, quienes se beneficiaron del flujo de sumas colosales en tanto acreedores y de una transferencia masiva de riquezas del Sur hacia el Norte (Toussaint, 2003)[8]

La política de imposición de altas tasas de interés, para cuyo pago se contrajeron otras deudas, y la ola de privatizaciones de los años siguientes, cumplieron con el objetivo de las multinacionales y de Estados Unidos de reforzar su control sobre las economías locales, sin por ello desarrollarlas. Décadas más tarde otros “tratados comerciales leoninos” (Estrade, 2000, p. 171), como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte entre Estados Unidos, Canadá y México (TLCAN o NAFTA por sus iniciales en inglés, 1990) o los recientes Tratados de Libre Comercio (TLC) firmados entre la Unión Europea con Colombia, por un lado, y con Honduras, Nicaragua y Panamá, como estrategia para eliminar aranceles con Centroamérica y la Región Andina (2013), han exacerbado la desigualdad en la esfera del comercio y el empobrecimiento de dichos países. Algunas asociaciones económicas intentaron encaminar, a inicios de este siglo, la integración en el sentido inverso de las ideas martianas o bolivarianas. La Alianza del Pacífico (2001) formada por México, Colombia, Perú y Chile, con su libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas, fue muestra de ello. Pero hoy, el espacio común latinoamericano tiende a fortalecerse a pesar de estas alianzas e instituciones antidemocráticas que ha creado EEUU para afianzar su ya inmenso poderío. 

Aunque Martí murió sin ver a Cuba libre ni la construcción de nuestra América, dejó a los cubanos, como al resto del mundo, el legado de su obra y su ejemplo de sinceridad, de dignidad, y de coherencia en el decir y el hacer[9]. En los últimos años del siglo XX y los primeros del siglo XXI, a pesar del fortalecimiento de la política del gigante del norte y su hegemonía represiva y unilateralista, es posible comprender la vigencia y actualización del ideario martiano en el fracaso del ALCA y en la construcción de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (diciembre 2011), con gobierno compartido entre los Estados de nuestra América, sin liderazgo ninguno de los Estados Unidos, ni tutela europea, en organismos como la ALADI (Asociación Latinoamericana de Integración), el SELA  (Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe) y UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas). 

La CELAC incluye a 33 países de muy distintos sistemas y lenguas, como una unidad dentro de la diversidad, impulsada por la preocupación de hacer posible la emancipación de todas las naciones y la libertad de los pobres de las tierras de América. Destacan en este sentido también los acuerdos del ALBA, y los proyectos de solidaridad entre los países del área, como la alfabetización de millones de latinoamericanos gracias al método “Yo sí puedo”, la creación de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM; 1999), o el restablecimiento en La Habana de los diálogos por la paz en Colombia, entre otros. Puede señalarse además la creación de Petrocaribe (2005), acuerdo solidario de cooperación energética propuesto por el gobierno de Venezuela, que ofrece condiciones especiales de financiación a sus países miembros (esencialmente de la cuenca caribeña) y Petroamérica, que con igual propósito propone la integración, utilizando los recursos energéticos de las regiones del Caribe, Centroamérica y Suramérica, como base para el mejoramiento socioeconómico de los pueblos del continente. La última Cumbre de este bloque fue celebrada en enero de 2023 en Argentina. 

Son estos algunos ejemplos de la forma en que se están reorganizando el espacio y los intercambios en nuestra América, según las líneas trazadas por José Martí y sus predecesores. Con ello se busca la unidad y la cooperación en igualdad de condiciones, aunque huelga decir que la necesidad de un reforzamiento cada vez más gradual y concertado del liderazgo continental latinoamericano es indispensable y urgente.  

Nuestra región sigue estando sujeta, como cualquier parte del mundo, a vicisitudes que emanan del contexto internacional, en esta era de la posverdad, de pospandemia y neoliberal. La Palabra martiana, a la vez poética, humana, ética, rebelde, a contracorriente de todo egoísmo, perdura y resiste al paso del tiempo modificando los espacios (también cibernéticos) en el espíritu de los pueblos del Bravo a Magallanes y más allá de sus fronteras como canto de esperanza y de resistencia.

Sé desaparecer, pero no desaparecería mi pensamiento…”

                                                                      José Martí, Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895.





Imagen de portada del pintor cubano José Luis Fariñas.


[1] José Martí, “Carta a Manuel Mercado”, Guatemala, 19 de abril de 1877, en Cartas de amistad, Presentación y selección de Julio Miranda, Biblioteca Ayacucho, 2003, coll. “La expresión americana”, p. 19.


[2] Patria, 19 de agosto de 1893, OC/EN**, T. 8, p. 227.


[3] Domingo Faustino Sarmiento, Conflicto y armonías de las razas de América, Obras Completas, Ed. A. Belin Sarmiento, Buenos Aires, París, Santiago de Chile, Segunda parte (póstuma), 1888, Vol. 38, p. 421.


[4] Juan Marinello; “Fuentes y raíces del pensamiento antiimperialista de José Martí”, Coloquio Internacional celebrado en mayo de 1972, en la Universidad de Burdeos.


[5] Cintio Vitier, “En el tercer aniversario de la Sociedad Cultural José Martí”, http://www.josemarti.cu/cintio_hart/en-el-tercer-aniversario-de-la-sociedad-cultural-jose-marti/


[6] «Ya ha salvado los mares la noticia del libro monumental que se prepara a presentar al público el naturalista cubano don Felipe Poey. No hay periódico de Europa que no alabe afectuosamente al sabio ictiólogo. Por los Estados Unidos corre ahora, con igual celebración, un extracto de esta obra mayor de análisis y paciencia, que ha requerido para llevarse a cabo todo el vigor de clasificación de un severo filósofo, y toda la bondad que atesora el alma de un sabio. [..] Nuestras tierras son tan fecundas en oradores y en poetas, como en sabios.―Ya va siendo notabilísimo en los poetas y oradores de nuestra raza el afán de hacerse hombres de ciencia »; La América, “El libro de un cubano”; Nueva York, marzo de 1883; OC/EC; T.18.


[7] Lamrani, S., “José Martí y las conferencias internacional y monetaria: Alegato por la independencia económica de Nuestra América”; Portal José Martí, Centro de Estudios Martianos,

http://www.josemarti.cu/wp-content/uploads/2015/04/marti-conferencia-internacional-monetaria.pdf


[8] Toussaint, E. « América Latina y el Caribe: salir del impase de la deuda y del ajuste », Seminario organizado por el CADTM (Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo) y por el CNCD (Centro Nacional de la Cooperación al Desarrollo), Bruselas, del 23 al 25 de mayo de 2003; http://cadtm.org/IMG/pdf/toussaint01.pdf.


[9] Para empaparse de su proyección contemporánea y su vigencia, aconsejamos la lectura del capítulo “Héritage et actualité de Martí” que le dedicara Jean Lamore en su libro de 2007 (capítulo XI) o las páginas de Sandra M-D. Hernández (“Maturité du projet américaniste de Nuestra América”, 2014, p.99-124) en Monet-Descombey Hernández, Sandra & De la Fuente Soler, Manuel, Dossier espagnol 2015-2016, José Martí, Nuestra América/Fernando León de Aranoa, Barrio, ed. Atlande, Clefs Concours, 2014, 317 p.

*Citas de Nuestra América (NA), correspondientes a la Tercera edición de la Biblioteca Ayacucho, Colección Clásicos (1977, 1985), 2005.
https://biblioteca-repositorio.clacso.edu.ar/bitstream/CLACSO/15321/1/Nuestra_America_Jose_Marti.pdf

**OC/EN- Obras Completas, Edición Nacional, La Habana, 1975 (Editorial Ciencias Sociales), 26 tomos y 12500 páginas.
  OC/EC- Obras Completas, Edición Crítica, 28 volúmenes, La Habana, CEM.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario