Hace falta ¿UNA carga?

  - Cubaperiodistas

Luis Toledo Sande. - Al final de su discurso en el acto conmemorativo del vigésimo aniversario de los hechos del 26 de Julio de 1953, Fidel Castro citó “encendidos versos patrióticos” —y así los llamó— del “Mensaje lírico civil” de Rubén Martínez Villena: “Hace falta una carga para matar bribones, / para acabar la obra de las revoluciones, / para vengar los muertos que padecen ultraje, / para limpiar la costra tenaz del coloniaje, / […] / para no hacer inútil, en humillante suerte, / el esfuerzo y el hambre, y la herida y la muerte; / para que la República se mantenga de sí, / para cumplir el sueño de mármol de Martí; / para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos, / la patria que los padres le ganaron de pie”.

La elipsis corresponde a dos versos que podían requerir una explicación fuera de las posibilidades inmediatas del discurso: “para poder un día, con prestigio y razón, / extirpar el Apéndice de la Constitución”. Hablan de la necesidad de derogar la Enmienda Platt, vigente en tiempos del poeta, pero derogada años antes de los sucesos de aquel 26 de Julio y, en consecuencia, del discurso citado, aunque todavía en 1953 la lucha antimperialista era una cuestión de primer orden. Ya zafada Cuba desde 1959 de la dominación estadounidense, antes de terminar el discurso con el grito de “¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!”, el Comandante añadió: “Desde aquí te decimos, Rubén: el 26 de Julio fue la carga que tú pedías”.

Entre el discurso de 1973 y los acontecimientos fundacionales en él recordados, había transcurrido mucho menos tiempo que desde el discurso hasta hoy, y en ese trayecto la convocatoria plasmada en el “Mensaje” ha adquirido nuevas connotaciones. La carga que el poeta reclamó sigue siendo una, y a la vez se multiplica.

Así nos corresponde asumirla hoy, en su rotunda totalidad y con tantas cargas puntuales como sean necesarias. Hay muchos peligros contra los cuales lanzarlas, así como logros y aspiraciones que defender con ellas. Algunas cargas, a menudo interconectadas, se repasarán aquí en orden más bien aleatorio, y —llegado el caso— con mirada retroactiva, porque la historia es siempre contemporánea y el pasado subsiste en el presente:

-Contra efectos que en la guerra mediática se anota el imperio, cuando consigue que, de tan omnipresente y arrasador, el bloqueo aplicado desde hade más de seis décadas a Cuba termine siendo invisible, o así se le presente, aunque sea entre pocas personas, lo que no siempre parece ser. Cada vez parecen ser más las explicaciones y denuncias de calamidades que el pueblo cubano sufre, y que se enumeran sin mencionar el bloqueo o aludiendo a él tangencialmente. Ese acto genocida tiene el propósito declarado de causarle al pueblo cubano penurias que lo muevan a rebelarse contra la Revolución que se ha hecho para beneficiarlo. No es fortuito que el gobierno de los Estados Unidos —artífice del bloqueo— y el de Israel sean los principales cómplices y coautores del genocidio del pueblo palestino. Lo comete Israel con el apoyo de la potencia del Norte, y son los únicos gobiernos que votan contra Cuba en la Asamblea General de las Naciones unidas cuando el bloqueo se somete a votación.

-Contra quienes pudieran creer que hay derecho a esperar a que el bloqueo se levante para entonces hacer lo necesario con miras a revertir sus terribles efectos y lograr lo que el pueblo merece para disfrutar una vida vivible. Aun si fuera totalmente involuntaria —lo que no mermaría su culpabilidad—, esa espera apoyaría a los gobernantes estadounidenses. Si ellos alguna vez decidieran levantar el bloqueo, no lo harían precisamente para ayudar a Cuba, sino como un intento hipócrita de crear confusiones y ganar simpatía, y trazar caminos para otras acciones contra Cuba. Sería un gesto comparable con el que su socio israelí podría permitirse si pusiera fin al genocidio de Palestina cuando ya apenas queden integrantes de ese pueblo.

-Contra la corrupción, que puede seguir creciendo como una bomba de tiempo en desmedro de los afanes revolucionarios, y pudiera ser la mayor forma de complicidad con los planes imperialistas anticubanos. Siempre será aconsejable recordar, y aplicarlo cada día, otro discurso pronunciado por Fidel Castro: el del 17 de noviembre de 2005 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.

-Contra los malos hábitos de trabajo y la tentadora tendencia a esperar que el maná caiga del cielo, algo que no parece haber ocurrido nunca y, de ocurrir, daría un maná escasamente nutritivo y, a la larga, muy costoso. Sería letal olvidar que debemos confiar en nuestros propios esfuerzos. Cuando en el mundo la solidaridad es cada vez más arrinconada por las tramas comerciales, no debemos renunciar a nuestros ideales solidarios y su práctica, ni desconocer el peso de tales tramas y los intereses que ellas representan. Carecen de legitimad ética, pero tienen poder en tiempos en que ni la civilización ni menos aún los ideales comunistas se divisan en el horizonte como fuerza bastante para impedir la barbarie.

-Contra el crimen de rechazar la justa equidad confundiéndola con el igualitarismo, aunque este, en el mejor de los casos, no haya pasado en realidad de buenas intenciones y consignas, o de errores. Tampoco las desigualdades nacieron con los “ordenamientos” y las privatizaciones recientes: son anteriores, y tal vez en las actuales circunstancias hasta se hayan “democratizado”, al no basarse en la mala valoración del mérito, en suponer que este legitima desigualdades contrarias a un proyecto que ha tenido su mayor fortaleza en dar vida a ideales de los humildes, con los humildes y para los humildes.

-Contra la creencia de que ser miembro de una familia signada por la heroicidad de uno de sus integrantes, o varios de ellos, y ellas, da validez a conductas inaceptables. Aunque tal suposición no pasara de tolerar que un joven irresponsable se permita indisciplinas y actitudes “secundarias”, con el argumento de que sus mayores se sacrificaron, semejante idea sería harto nociva: puede conducir a realidades como algunas que, más o menos ostensibles hoy, son contrarias a los más elevados ideales asociables con tener familiares heroicos, y a la conducta de sus exponentes más representativos.

-Contra falsos conceptos de democracia anclados en actitudes y criterios populistas que acaban promoviendo la vulgaridad y la grosería. Así, en vez de asumir la necesidad de conducir la sociedad por los caminos de una cultura de veras fértil y enaltecedora, se abrazan las peores expresiones anticulturales.

-Contra todo tipo de abuso de poder, aunque no sea más, ni menos, que arrogarse derechos que podrían pasar por menudos, pero apuntan a tomarse atribuciones contrarias a la justa equidad y al cultivo de la disciplina social. Tales atribuciones “autorizan” a violar normas del comportamiento colectivo.

-Contra la tendencia a no prestar cuidadosa atención al sentir popular. Si bien este no se debe tomar necesariamente como una pauta infalible para valorar actitudes y aplicar justicia, pues no estará ajena por decreto a la subjetividad excesiva o al efecto de propagandas indeseables, enemigas incluso, el sentir popular puede advertir sobre peligros varios, o ayudar a detectarlos. Sería funesto estimar, por ejemplo, que es necesariamente fruto de aquellas propagandas el justo reclamo de poner límites razonables a la construcción de hoteles que visiblemente desbordan la demanda, mientras hay notables déficits en la vivienda, no solo cuantitativos, sino asimismo en su calidad, con derrumbes que cuestan vidas. Tampoco se deben satanizar de antemano las opiniones que, vertidas por un pueblo hecho a resistir y a darle su apoyo al proyecto revolucionario en medio de muy complejas circunstancias, apunten a descontento o desaprobación con respecto a dirigentes y funcionarios que se mantienen en sus cargos pese a la valoración negativa o las aprensiones expresadas por voces del pueblo.

-Contra el peligro de usar la historia como fuente de consignas, y no como la raíz que nos sustenta y no por gusto nuestros enemigos procuran suplantar por narrativas falaces. También en el terreno de la historia la crítica se debe ejercer con pleno sentido de responsabilidad, y con la soltura necesaria, para que nadie se sienta con derecho a decir que se ha visto obligado a expresarse en medios que no representan el pulso revolucionario y emancipador de la nación.

-Contra la pérdida del vínculo natural entre dirigentes y el pueblo del cual ellos deben saberse parte, y serlo. Tal desvinculación, basada en modos de vida y concepciones derivadas de ellos, puede conducir a expresiones de insensibilidad ajenas a los ideales defendidos el 26 de Julio de 1953 como herencia del legado precursor —sintetizado por el ejemplo de José Martí en su centenario—, y en la lucha revolucionaria siguiente.

-Contra la posibilidad de que, al calor de influencias neoliberales y otras expresiones del pragmatismo capitalista, prosperen en el país los modelos del Plan Bolonia que cunden en países donde los programas educaciones —o más bien de instrucción— buscan formar empresarios al servicio del mercado y, por tanto, opuestos a la ética de signo socialista.

-Contra otro peligro que se inserta en algunos de los ya mencionados: olvidar las lecciones y el ejemplo de nuestros fundadores, desde Carlos Manuel de Céspedes y los demás de su entorno inmediato, pasando por los que rodearon a José Martí y continuadores como Julio Antonio Mella, Antonio Guiteras y el propio Martínez Villena, hasta llegar a Fidel Castro y sus compañeros, nacidos incluso fuera de Cuba, como Ernesto Che Guevara.

-Contra el menosprecio de la política comunicacional, para cuya consumación no bastan regulaciones como las leyes pensadas para defender el ejercicio de la comunicación social y la necesaria transparencia informativa.

-Contra el peligro de que, en busca de caminos prácticos para resolver problemas concretos, la propiedad privada y la dolarización “parcial” se desboquen cada vez más por rumbos no afines a los ideales que nos corresponde seguir defendiendo, y se agrave con ello la situación, ya difícil, del pueblo.

-Contra el facilismo o la invidencia que sería ignorar los vericuetos del desmontaje del socialismo en la URSS, tragedia que ha propiciado parafrasear el célebre minicuento de Augusto Monterroso y decir: “Cuando el socialismo se desmerengó, los oligarcas ya estaban allí”.

-Contra la posibilidad de acostumbrarnos a que periódicamente sea cada vez más rutinario hablar de errores y desviaciones, y de lo que debemos erradicar y no seguir cometiéndolo —como la improvisación y el descontrol—, en vez de tener motivos para enumerar aciertos y logros válidos que abonen la felicidad del pueblo.

-Contra el peligro de que el 26 de Julio como Día de la Rebeldía Nacional se vea limitado a los sucesos de 1953 y a otros de carácter armado que les dieron continuidad hasta la victoria de 1959. Sus lecciones de rebeldía deben servirnos para enfrentar política y moralmente cuanta deformación se oponga a la naturaleza del proyecto revolucionario; para acometer cuanto cambio sea de veras necesario en el afán de mantener vivo y fértil ese proyecto, lo que supone tomar el camino correcto, el más acertado posible para impedir que se incurra en cadenas de errores y deformaciones.

Solamente luchando de veras —con inteligencia y honradez— contra los peligros mencionados, y contra cuantos otros aparezcan, honraremos a quienes antes del 26 de Julio de 1953, en la epopeya de aquellos días, y en años posteriores se han esforzado de veras y hasta han dado su vida por el bienestar de la patria, o aún puedan darla. Será así como estaremos siendo plenamente fieles al poeta que reclamó una carga para exterminar bribones y completar la obra siempre abierta y en perfeccionamiento de las revoluciones, y al combatiente revolucionario que abrazó ese reclamo y lo puso en práctica.

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