El asesinato de profesionales que tienen el deber de informar sobre la realidad se hace notar particularmente y, aunque las víctimas de los actos de Israel fueran apenas una o dos, el crimen ya sería abominable. Pero en los profesionales asesinados se incluyen también otros de distintos perfiles, y aquellos cuya misión es salvar vidas y han muerto incluso mientras cumplían su tarea.
Los dos casos tienen, junto con su peso real, valor simbólico: al asesinar a periodistas, el sionismo exhibe su vocación de tergiversar la realidad y manipularla a conveniencia, y al asesinar a médicos se muestra como enemigo esencial de la vida. Los seres humanos que ha asesinado al calor de la masacre en Gaza pasan largamente de sesenta mil, y ese dato vale estimarlo insuficiente.
Una de las razones para tal insuficiencia es que bajo los escombros de la destrucción hay cadáveres que no se han podido contar. Otra, que sería pertinente sumar los asesinatos cometidos por Israel desde 1948. Ese año una maniobra “diplomática”, encabezada por la pérfida Albión, “legitimó” el despojo de Palestina de gran parte de su territorio para instalar un enclave pretendidamente hebreo, aunque estuviera lejos de serlo y entre sus integrantes hubiese cómplices europeos del nazismo.
Tal enclave devino una gran base militar (y política, y mediática, y sobre todo inmoral y asesina) en el llamado Medio Oriente, al servicio del hijo putativo de Inglaterra, los Estados Unidos, con la complicidad de mezquinos intereses regionales. Israel sería una sucursal yanqui en la región, aunque su poderío económico y su influencia en la política estadounidense son tales que vale hablar de una entidad supranacional imperio-sionista. Visibles son la complicidad entre ambas partes del monstruo, y la soberbia con que la más pequeña de ellas chantajea al gobierno de la mayor.
Que el Israel sionista es una maquinaria genocida lo ratifica su decisión consciente de destruir hospitales y asesinar niños, incluso neonatos, como para no dejar semillas del pueblo palestino sobre la tierra, y menos aún en la que debía estar ocupada por ese pueblo con un Estado que lo represente y defienda. Así el régimen sionista se exhibe como discípulo y continuador del nazismo que discriminó y asesinó judíos antes de que la Unión Soviética y su heroico pueblo lo derrotara en la Segunda Guerra Mundial.
Tal continuidad entre la Alemania hitleriana y el Israel sionista no es casual: es fruto de la calaña que caracteriza —o descaracteriza— a los gobernantes israelíes. No es que un matón pueda permitirse lograr que bajo su mando se consume un genocidio, sino que tiene seguidores sistémicos, y esos seguidores podrán confundir a judíos honrados, pero no los representa.
De ello dan fe los numerosos judíos que, tanto dentro como fuera de Israel, repudian la masacre de palestinos y desaprueban a la camarilla que preside el gobierno israelí. Al declarar que actúa como el pueblo elegido de Dios, ese gobierno y sus voceros injurian a Dios mismo, y no es algo que únicamente apreciarán religiosos de distintos credos —judíos incluidos—, sino también ateos. Basta ser honrado y tener un mínimo de sentido justiciero, y decencia.
La afinidad de ese gobierno con el hitleriano la corroboran no solo de manera automática los hechos: bombardeos, confinamientos tipo campos de concentración, balas y el uso del hambre, la sed y las enfermedades como armas de destrucción masiva. Desfachatadamente la corroboran asimismo declaraciones de autoridades sionistas.
Mientras avanza el genocidio, Amichai Eliyahu, ministro de Patrimonio de Israel, ha declarado: “Debemos encontrar formas para los gazatíes que sean más dolorosas que la muerte”, y Moshe Feiglin, diputado israelí, ha soltado: “Hitler decía: no podemos vivir donde quede un solo judío. Nosotros decimos: no podemos vivir en esta tierra mientras quede un solo árabe en Gaza”. No son ejemplos aislados: son voces de un sistema.
Para quienes quieran ver, la realidad está a la vista, y no es necesario especular y poner a funcionar la imaginación. Hechos comprobados hablan por sí solos, pero circulan igualmente informaciones sobre el tráfico de órganos infantiles, y sobre la expansión del adrenocromo, sustancia lograda a partir del plasma de niños y niñas torturados y que real o supuestamente sirve para conservar la juventud o reforzar la apariencia juvenil, y consumida, sobre todo, por oligarcas y celebridades estadounidenses.
Desde la Cuba solidaria y de afanes socialistas no se puede pensar en la tragedia palestina y los vínculos orgánicos entre los gobiernos de los Estados Unidos e Israel, sin tener presente un hecho: son los dos poderes que en la Asamblea General de las Naciones Unidas votan contra la resolución que condena el bloqueo que tanto hace sufrir al pueblo cubano. El primero impone el bloqueo, y el segundo lo apoya con su voto.
Pero, aunque no existiera esa realidad que la afecta de un modo tan diabólico, la patria de José Martí y Fidel Castro condenaría enérgicamente el genocidio que sufre Palestina y, dentro de él, el asesinato de los profesionales de la comunicación. Tampoco esa condena específica la asume solamente la Unión de Periodistas de Cuba: resueltamente la abraza esa gran mayoría digna que merece el nombre de pueblo cubano.
De Cubaperiodistas
-------------------------------Luis Toledo Sande
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