El padre Nobel es una basura


Maurice Lemoine. - Dilema para los cinco distinguidos miembros del jurado del Premio Nobel de la Paz.

Se encuentran en la última etapa de un proceso iniciado hace varios meses. El testamento de Alfred Nobel estipula que deben recompensar “a la persona o la comunidad que más o mejor haya contribuido al acercamiento entre los pueblos, a la supresión o reducción de los ejércitos permanentes, a la reunión y a la propagación de los progresos para la paz”.

Al principio, había 338 candidatos: 224 personalidades y 94 organizaciones. La lista se mantiene en secreto. Pero el mundo entero conoce al menos a uno. El mago de la paz, el gran organizador de los acuerdos que no funcionan: Donald Trump.

Si no lo honran, se avecina una tormenta de contratiempos en las pantallas de radar. Es capaz de enviar a la Guardia Nacional de EE. UU. a ocupar Oslo. Tal vez convendría encontrar una solución ingeniosa. Por ejemplo: otorgar el premio a uno de sus allegados, un aliado ideológico y político, un cómplice en las mismas bajezas, un socio en las abyecciones. Ofrecerle, en cierto modo, un premio de consolación.

A menos que el padre Nobel haya sido simplemente estúpido. O irresponsable. O repugnante.

Da igual.

En lugar de recompensar a un hombre capaz de delirar diciendo: “nadie en la historia ha [como yo] resuelto ocho guerras en el espacio de nueve meses”, le otorgan su baratija a una mujer que hizo todo lo posible por desencadenar una —y no lo logró. Pero que no tiene en absoluto la intención de renunciar a su conflicto armado.

En consecuencia…

El Premio Nobel de la Paz fue otorgado el viernes 10 de octubre a la jefa de la oposición venezolana María Corina Machado por sus esfuerzos “a favor de una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”. Con tono solemne, el director de la ONG Pen Norway y presidente del Comité Nobel, Jørgen Watne Frydnes, comentó: “María Corina Machado es uno de los ejemplos más extraordinarios de coraje cívico en América Latina en los últimos tiempos.”

Machado nació con una cuchara de plata en la boca. Dentro de la oligarquía. En fin. Uno no elige a sus padres ni a su familia —el problema no está ahí.

A menos que…

El presidente socialista Hugo Chávez, en 2010, nacionalizó una parte de la empresa siderúrgica de papá —Sivensa.

Pero ya el 11 de abril de 2002, durante el golpe de Estado contra Chávez, Machado forma parte del alegre grupo que firma el decreto emitido por el presidente de facto, el jefe de los empresarios Pedro Carmona. ¡Qué diversión! El decreto disuelve la Asamblea Nacional y todos los poderes constituidos. El “jefe” de los Estados Unidos, el simpático presidente George W. Bush, reconoce inmediatamente a Carmona. Lo contrario habría sido sorprendente. Ayudó un poco la operación bajo cuerda.

Sucede que el pueblo (como dicen los populistas) quiere mucho más a Chávez que a Bush, Machado y sus elegantes compinches. “El pueblo” sale a la calle. Las Fuerzas Armadas lo apoyan. El “golpe” dura solo 48 horas. Dejó sin embargo 19 muertos y más de 200 heridos —una lástima.

Chávez vuelve. Por “traición a la patria”, Machado, como muchos otros, es condenada a 28 años de prisión. Pero como Venezuela se había convertido en una dictadura abominable, Machado, como muchos otros, es amnistiada por el propio Chávez —qué afrenta.

Machado no perdona. En 2004, crea Súmate (“únete a nosotros”). Una organización financiada por la Agencia Internacional de Estados Unidos para el Desarrollo (USAID) y la National Endowment for Democracy (NED). Las buenas obras del Congreso estadounidense. Machado reúne firmas. Estas permiten organizar el referéndum revocatorio contra Chávez, previsto en la Constitución. Chávez gana la confrontación con un 59 % de los votos. Da asco la democracia así. La oposición grita fraude, por supuesto. Promete presentar las pruebas. Las busca por todas partes. Ya no sabe dónde las metió. No las encuentra. Se le olvida presentarlas.

Machado salta a un avión (ella es así, María Corina). Es recibida el 31 de mayo de 2005 en la Casa Blanca por George W. Bush. La entrevista dura 50 minutos, ni uno menos. Machado quisiera que la ayuden a acabar con aquel a quien las urnas acaban de confirmar. Bush la tranquiliza: no hay revolución sin contrarrevolución. Al mismo tiempo, se siente, digamos, algo incómodo. Le resulta difícil actuar de inmediato. Ya ha desplegado 130 000 soldados en Irak, y su remodelación del Gran Oriente Medio va un poco a trompicones.

Nada sale como se desea.

“Bush go home”, “Bush, fascista, tú eres el terrorista!”

El 4 de noviembre de 2005, cuarenta mil personas abuchean al jefe de Estado estadounidense en Mar del Plata. Los jefes de Estado y de gobierno de 34 países se han reunido allí para la 4ª Cumbre de las Américas. Al día siguiente, Chávez y Diego Maradona montan el espectáculo. Todo un grupo de amigos —Néstor Kirchner, “Lula”, Evo Morales (pronto en el poder), etc.— entierran el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA), el “artilugio” neoliberal que Bush quería hacerles firmar.

Y para empeorar las cosas, con sus inoportunas reformas sociales, Chávez encadena a la mayoría de los venezolanos, que parecen más bien encantados. El síndrome de Estocolmo, probablemente.

Durante un tiempo, Machado agacha la cabeza. Elegida diputada en 2010, funda en 2012 un movimiento más que un partido: Vente Venezuela. Se presenta como candidata presidencial. O eso dice.

Porque en realidad...

En abril de 2011, en Miami, en las modestas instalaciones del Hotel Intercontinental, participó en un encuentro entre “gente de buena compañía”. Organizado y financiado por la Oficina de Asuntos Culturales y Educativos del Departamento de Estado estadounidense, el evento se celebró a puerta cerrada. Su título: “600 días para erradicar el autoritarismo en Venezuela”.

La “candidata presidencial María Corina Machado” expuso allí sus ideas: los medios electorales no eran “la solución para derrocar al chavismo”; eso ya estaba demostrado. Era imperativo recurrir a “la acción callejera”. En cuanto a su propio caso, la imposibilidad de llegar al poder por la vía electoral quedó demostrada inmediatamente: en las primarias de la derecha —que ganó Henrique Capriles—, Machado obtuvo solo el 3,81 % de los votos. Chávez gana las elecciones presidenciales del 7 de octubre de 2012 (con el 54 % de los sufragios).

Muere el 5 de marzo de 2013.

Nicolás Maduro le sucede. Maduro no es Chávez. Eso pone los pelos de punta a la oposición. Van a “acabar con él”. Machado se agita. Machado comete cierta imprudencia. En una llamada telefónica, habla de la necesidad de organizar “un nuevo golpe de Estado” precedido de “confrontaciones no dialogantes”. Cuando la conversación es revelada por “el rrrrrrégimen”, Machado no la niega. En el fondo, frente a los “blandengues” de la derecha, eso confirma que ella encarna el ala más radical de la oposición.

Febrero de 2014: Machado pasa a la acción. A su lado: Leopoldo López (Voluntad Popular), exalcalde de Chacao, un barrio elegante de Caracas; Antonio Ledezma, alcalde “socialdemócrata” del gran Caracas.

Llaman al alzamiento. Bautizan su “primavera venezolana” como “La Salida”. Organizan manifestaciones incesantes —las guarimbas—. Guerrilla urbana, gritos, carreras, explosiones. Muertos, heridos.

Machado salta a un avión (ella siempre es así, María Corina). Llega a Washington.

Panamá la nombra oficialmente “embajadora suplente”. De ese modo puede intervenir, dentro de la delegación panameña, ante una asamblea de la Organización de Estados Americanos (OEA).

El 22 de marzo de 2014, reclama allí que, en aplicación de la Carta Democrática Interamericana, se sancione al gobierno venezolano.

La Constitución venezolana —artículos 149, 191 y 197— no permite a un diputado “representar a un gobierno extranjero” sin autorización del Parlamento. Machado es sancionada y declarada inelegible.

Desde Florida, un senador republicano amenaza a Venezuela con sanciones. Se llama Marco Rubio.

“Hay que limpiar esta pocilga, empezando por la cabeza; aprovechar el clima mundial con Ucrania [pos-Euromaidán] y ahora Tailandia”, vocifera Machado por correo electrónico.

El intercambio tiene lugar en mayo de 2014 con políticos venezolanos y funcionarios estadounidenses. Entre estos últimos, el embajador Kevin Whitaker, destinado en Bogotá.

“Es hora de hacer esfuerzos, realizar las llamadas necesarias y obtener la financiación para aniquilar a Maduro; lo demás caerá por su propio peso.”

Las guarimbas no duran menos. Fracaso total.

Excepto en un punto: 45 muertos, más de 800 heridos.

Entre las víctimas, 19 muertos y 195 heridos no pertenecen a la oposición (no se lo digan a los medios, se enfadarían por haberlos olvidado).

En Washington, hay un presidente que en 2009 recibió el Premio Nobel de la Paz, y nadie sabe muy bien por qué: Barack Obama.

Aparte de algunas gestas en Afganistán y Yemen, sin mencionar la destrucción de Libia en 2011, no hizo gran cosa para merecer tal distinción.

Parece que él mismo se dio cuenta. Decide compensar esa carencia.

El 3 de marzo de 2015, firma un decreto calificando a Venezuela de “amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos”.

Como se dice en Oslo, ¡**viva el “acercamiento entre los pueblos” y “la propagación de los progresos para la paz”!

Con el sistema electoral que ella rechaza, denuncia y sataniza desde hace quince años —siempre que pierde—, la oposición obtiene una amplia mayoría en la Asamblea Nacional durante las elecciones del 6 de diciembre de 2015.

Eufórica, olvida la separación de poderes. Tira la Constitución por la borda. Se fija un objetivo prioritario y no lo oculta: expulsar a Maduro de la presidencia en seis meses.

También hace jurar a tres de sus diputados sobre los que pesan acusaciones de fraude.

El chavismo no es un cordero que se deje llevar al matadero. Reacciona.

El Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) declara a la Asamblea en “desacato” y la suspende.

El gobierno llama a elecciones para una Asamblea Constituyente destinada a sustituirla. Masivamente, los venezolanos votan sin dejarse intimidar.

Machado y su puñado de pirómanos se desatan. Más que nunca, exigen “un apocalipsis yanqui”. Mensaje recibido. Fajos de billetes preceden al cataclismo.

Según cifras oficiales, el Congreso estadounidense prevé transferir 5,5 millones de dólares a la oposición venezolana en 2017 para ayudar a la “sociedad civil” a defender “la democracia y los derechos humanos”

De abril a julio de 2017, los violentos vuelven a tomar las calles. Cuatro meses de brutalidad insurreccional “pacífica” sacuden el país.

Excesos policiales, pero también asesinatos de miembros de las fuerzas del orden, crímenes de odio entre manifestantes, ciudadanos comunes víctimas de barricadas o asesinatos, protestantes que mueren al explotar sus propias armas o explosivos artesanales…

Ciento veinticinco muertos, más de 1.100 heridos (entre ellos 340 miembros de las fuerzas del orden).

¡Genial!

Con el poder mediático concentrado en pocas manos, el aparato político-mediático cumple con su tarea:

“En Venezuela, Maduro exige una represión implacable”; “Represión e impunidad bajo el régimen de Maduro”. ¿Hace falta precisarlo una vez más? Maduro es muy malo.

La Contraloría General de la República dicta una “inhabilitación administrativa” contra Machado. Ya no puede ejercer ningún cargo público, ni participar en elecciones, ni nada por el estilo. Tendremos ocasión de volver sobre el tema.

Mientras tanto, ninguna tregua.

El 10 de octubre de 2018, entusiasmada por la resplandeciente paz que trajo la destrucción de Libia, Machado invoca la “R2P” (Responsibility to Protect, responsabilidad de proteger). Exige una intervención internacional similar en Venezuela.

Atención: como buena adepta del multilateralismo, no pone todas sus bombas en la misma cesta.

El 4 de diciembre, escribe al presidente argentino de derecha Mauricio Macri y al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, preguntándoles si no podrían usar su influencia “para avanzar en el desmantelamiento del régimen criminal venezolano, íntimamente ligado al narcotráfico y al terrorismo”.

A la BBC, explicará pronto el sentido de su gestión: “En Venezuela hay un genocidio, que ya no es silencioso, que nadie puede negar ni subestimar (…)”.

Esta lucha contra “el genocidio” alcanzará una especie de culminación cuando, el 21 de julio de 2020, Machado firme un acuerdo de cooperación basado en los “valores occidentales” con el Likud de Netanyahu.

¿Hace falta decirlo una vez más? Maduro es muy malo.

La Contraloría General de la República dicta una “inhabilitación administrativa” contra Machado. Ya no puede ejercer ningún cargo público, ni participar en elecciones, ni nada por el estilo. Ya volveremos a hablar de ello.

Mientras tanto, ninguna tregua.

El 10 de octubre de 2018, entusiasmada por la resplandeciente paz que trajo la destrucción de Libia, Machado invoca la “R2P” (Responsabilidad de Proteger). Exige una intervención internacional similar en Venezuela.

Y atención: como buena adepta del multilateralismo, no pone todas sus bombas en la misma cesta.

El 4 de diciembre, escribe al presidente argentino de derecha Mauricio Macri y al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, preguntándoles si no podrían usar su influencia “para avanzar en el desmantelamiento del régimen criminal venezolano, íntimamente ligado al narcotráfico y al terrorismo”.

A la BBC, explicará pronto el sentido de su gestión:

“En Venezuela hay un genocidio, que ya no es silencioso, que nadie puede negar ni subestimar (…)”.

Esta lucha contra “el genocidio” alcanzará una especie de culminación cuando, el 21 de julio de 2020, Machado firme un acuerdo de cooperación basado en los “valores occidentales” con el Likud de Netanyahu.

No hemos llegado aún a eso. Machado está de los nervios.

Un competidor de derecha acaba de aparecer en el panorama.

El 23 de enero de 2019, Donald Trump y su consejero de Seguridad Nacional John Bolton eligen democráticamente a un presidente venezolano: Juan Guaidó.

Machado redobla su agresividad.

El 12 de febrero de 2019, se enciende:

“Llamamos a la Asamblea Nacional a activar el artículo 187 [de la Constitución] con el fin de autorizar el recurso a una fuerza multinacional si persisten los obstáculos a la distribución de la ayuda humanitaria.”

¡Pero claro! La ayuda humanitaria.

Desde 2015, una “guerra económica” solapada venía desestabilizando a Venezuela. Con la llegada de Trump al Despacho Oval, Washington pasa al siguiente nivel. “Todas las opciones están sobre la mesa”, proclama el exrey de la telerrealidad. Para empezar, 936 medidas coercitivas asfixian hasta la muerte la economía de la República Bolivariana. Congelación de miles de millones de dólares en activos, sabotaje de la producción petrolera, población hambrienta…Machado, nuestra paloma blanca, salta como un cabrito (es una imagen, claro está).

¡Sanciones, sanciones, sanciones!

Cueste lo que cueste a sus compatriotas, especialmente a los más humildes, pide cada día más sanciones a Estados Unidos, a la Unión Europea, al mundo entero, contra su propio país. En 2020, añade un arma más a su arsenal: la aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) resolvería el problema permitiendo también una intervención. El 8 de junio, en un artículo que puede leerse en Miami, Bogotá, Madrid y París, pero aparentemente no en Oslo, vuelve a la carga: “Solo queda una alternativa para eliminar definitivamente al conglomerado criminal que desarrolla un conflicto no convencional y totalmente asimétrico contra los venezolanos, y es la formación de una coalición internacional que despliegue una Operación de Paz y Estabilización en Venezuela.”

Tal vez también haga falta una intervención militar en el país vecino. En junio de 2022, mientras se celebran elecciones en Colombia, Machado advierte: “El proyecto de Gustavo Petro es muy peligroso, pero puede ser derrotado. Hoy, más que nunca, luchemos unidos, colombianos y venezolanos, por nuestra libertad.” La epopeya del presidente imaginario Juan Guaidó terminó en desastre. Se fue a reunir con los suyos, a Estados Unidos. Desde Washington, donde gobierna Joe Biden, surgen nuevas consignas: hay que derrocar a Maduro —y con él al chavismo—, pero de una forma más sutil (por decir algo).

No se trata de levantar las sanciones —salvo mínimamente, en los márgenes—. Las elecciones se convierten en el camino ideal... si se puede garantizar que los venezolanos voten “lo correcto” Durante un tiempo, la oposición vuelve a la razón, desengañada por la ineptitud y la corrupción de quienes, bajo la sombra de Guaidó, decían representarla. Se dirige a Barbados para negociar con el gobierno.

Machado odia a la derecha moderada, o incluso a la medianamente moderada, o incluso a la no tan moderada, pero no completamente extremista.

Machado nunca negocia. Pero ya que hay conversaciones, seguidas de un acuerdo, sale de su espléndida radicalidad. La derecha organiza una primaria, y ella decide participar. ¿Está inhabilitada? No importa. Apoyada por Washington y sus vasallos latinoamericanos y europeos, participará igual. La primaria se celebra el 22 de octubre de 2023.

El anuncio del resultado causa sensación: Machado gana con el 93,13 % de los 2,4 millones de votantes. Solo Kim Jong-un podría hacerlo mejor. Su rival más cercano, Carlos Prosperi (AD), obtiene 5 %. Los demás, menos del 1 %. Casi nadie los escucha, pero todos se quejan de irregularidades. Según Nelson Rampersad, miembro de la Comisión Técnica de esas primarias, las cifras son incoherentes: según él, no votaron más de 520.000 personas.

¡Wahouuuu!

Convergencias y confluencias, los titulares y comentarios son impactantes: su victoria “arrolladora” en la primaria opositora convierte a María Corina Machado en la “indiscutible favorita” para las próximas presidenciales. Maduro está acabado. Claro, siempre que no se mire demasiado de cerca: incluso suponiendo correctas las cifras anunciadas, solo el 11,8 % de los inscritos en el Registro Electoral Permanente (REP) participó en esa primaria. Con 2.253.000 votos a su favor (93 % del total), Machado no reunió más del 10 % del electorado. Aun así, embriagada por los comentarios entusiastas, la oposición vuelve a creer.

Para los suyos, sus partidarios, sus admiradores, Machado se convierte en “Maricori”.

Multitudes se agolpan a su alrededor —nadie lo negará.

«Ha sido una figura clave de unidad dentro de una oposición política antes profundamente dividida, una oposición que encontró un terreno común en la reivindicación de elecciones libres y de un gobierno representativo», afirmará el Padre Nobel al anunciar la nominación de Machado. Poco importa si, además de su protegido Edmundo González, quien se negó a reconocer la victoria de Maduro, ocho candidatos de derecha o de centro participaron en los comicios. Poco importa si siete de ellos aceptaron el resultado. Después de haber recibido el Premio Václav Havel del Consejo de Europa y el Premio Sájarov de la Unión Europea en 2024, he aquí a Machado, Premio Nobel de la Paz. Si llegara a escribir sus memorias, ya puede predecirse que el Premio Goncourt tampoco se le escapará.

Ni, llegado el caso, el Premio Carrefour a la primera novela por A todo o nada en Caracas.

Al recompensar a Machado, el jurado de Oslo rinde también un homenaje entusiasta a todos aquellos que, en todo el mundo, la ayudan y la apoyan valientemente.

Nobles personas a quienes, a su vez, ella apoya con fervor.

En primer lugar —y a todo señor, todo honor— Benjamín Netanyahu.

Como es natural, Donald Trump. Los expresidentes de extrema derecha colombianos Álvaro Uribe e Iván Duque. El infortunado brasileño Jair Bolsonaro, también vergonzosamente condenado a la inhabilitación. Y el simpático argentino de la motosierra, Javier Milei. Machado arrulla encantada ante los líderes españoles del Partido Popular (PP) y del partido de extrema derecha Vox.

Codeándose con los dirigentes franceses de Reconquête y del Rassemblement National, con el extremista chileno Antonio Kast y con Eduardo Bolsonaro (hijo de su padre), ha representado recientemente a Venezuela en el CPAC México, organizado por la internacional de los republicanos estadounidenses más conservadores.

Apareció públicamente, por videoconferencia, cuando Santiago Abascal, líder de Vox, y los eurodiputados del grupo Patriots recibieron a varios dirigentes ultraliberales en el Palacio Vistalegre, en Madrid, los pasados 13 y 14 de septiembre.

Además de la intervención de la futura Premio Nobel de la Paz, 8.500 personas pudieron asistir a los discursos del inevitable Javier Milei, de Viktor Orbán, Giorgia Meloni y André Ventura, líder del partido extremista portugués Chega.

Desafiando toda lógica, la administración Trump puso precio a la cabeza de Maduro: 50 millones de dólares. El presidente venezolano sería, según ellos, el jefe de dos organizaciones narcoterroristas —el Cartel de los Soles y el Tren de Aragua— que no existen [5].

Venezuela sería una “narco-dictadura”, el “centro regional” de la cocaína (producida en Colombia), cuando, según todos los informes de los organismos especializados y competentes, comenzando por el de la ONU, el 85 % de la cocaína sale por la costa del Pacífico (Colombia, Ecuador, Perú), y solo un 5 % aproximadamente transita por Venezuela.

Basándose en esta novela que ningún editor digno de ese nombre publicaría, Washington desplegó, a comienzos de septiembre, ocho buques de guerra con un poderoso arsenal y 4.000 marines, además de un submarino de propulsión nuclear frente a las costas de la República Bolivariana.

Aviones de combate furtivos F-35 fueron preposicionados en Puerto Rico. El Ministerio de Relaciones Exteriores de Granada confirmó, el 10 de octubre, que Estados Unidos había solicitado la “instalación temporal de equipos de radar y personal técnico asociado” en el principal aeropuerto del país. Hasta la fecha, la imponente flota estadounidense ha atacado en el mar cuatro pequeñas embarcaciones, presentadas como pertenecientes a “narcotraficantes venezolanos”, dejando al menos 21 muertos, que el derecho internacional calificaría como “asesinatos”. Describir a un adversario o enemigo como culpable de crímenes atroces, especialmente cuando se planean acciones hostiles contra él, es un medio eficaz de moldear la opinión pública internacional [6]. Crear al mismo tiempo una heroína acosada por viles torturadores refuerza y enriquece esa gran narrativa.

¿Quién podría protestar mañana al ver a valientes “san bernardos” intervenir para castigar al villano dictador y salvar a la(s) víctima(s)?

En 1973, Henry Kissinger recibió el Premio Nobel de la Paz mientras Hanoi seguía sufriendo los horrores de los bombardeos (suyos) y él acompañaba el golpe de Estado en Chile. Esta vez, es antes incluso del lanzamiento de bombas que Oslo bendice a la belicista. Al otorgar el Premio Nobel a Machado, el jurado ha justificado y legitimado por adelantado una posible futura escalada o incluso una intervención estadounidense contra Venezuela. Trump ha recibido así un “permiso para matar” al “narcoterrorista” Maduro. El errático ocupante de la Casa Blanca podrá usar o no esas opciones. Pero ya las tiene. Y dada la “atmósfera” artificialmente creada, muchos estarán dispuestos a perdonarle.

El 1 de octubre, justo antes de ser celebrada y ensalzada, Machado declaraba en Fox News que “Los venezolanos deberían estar agradecidos si Trump bombardea Venezuela.” Entre el torrente de felicitaciones que siguieron al espectacular reconocimiento, llegó la del presidente francés Emmanuel Macron: “En estos tiempos de peligros para la libertad, cada vez más amenazada —ha declarado quien, entre dos Lecornu, postula con obstinación al Nobel del Humor—, María Corina Machado encarna con brillantez la esperanza de todo un pueblo, un ideal universal.” Más consciente de las realidades del mundo, el presidente colombiano Gustavo Petro se dirigió directamente a Machado: “Con todo el respeto que le debo, incitar a Netanyahu a actuar en favor de Venezuela no ayudará al pueblo venezolano. Eso solo puede provocar un genocidio contra el pueblo y una agresión armada e internacional ilegal contra su país.” [7]


“Estoy en estado de shock, no puedo creerlo”, confesó María Corina Machado al enterarse de su nominación. No es la única. En todas partes, quienes aún conservan cerebro se lamentan, se indignan, vomitan, aprietan los puños, escupen su rabia y su indignación. Incluso Trump expresó su sorpresa. Pocos minutos después de la atribución del premio a —quien no se sabe si seguirá siendo— su amiga, declaró que el comité “había puesto la política por encima de la paz.” Al final, casi todo el mundo está de acuerdo. Hay algo podrido en el Reino de Noruega.

Ah, por cierto… ya que estamos…


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[1https://www.youtube.com/watch?v=M5OOKvfj23w


[2Lire « Bonnes et mauvaises victimes au Venezuela » (17 février 2016) – https://www.medelu.org/Bonnes-et-mauvaises-victimes-au

[3« Congressional Budget Justification, Department of State, Foreign Operations, and Related Programs », Washington, 9 février 2016.

[4BBC News, 3 mai 2019.

[5Lire « L’imagination très limitée d’un certain Donald T. » (12 septembre 2025) – https://www.medelu.org/L-imagination-tres-limitee-d-un-certain-Donald-T

[6A.B. Abrams, L’invention d’atrocités. Comment les mensonges de l’impérialisme façonnent l’ordre mondial, Editions Delga, Paris, 2024.

Maurice Lemoine

Journaliste


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