«Esa mujer» del escritor, traductor, periodista y militante político
argentino Rodolfo Walsh (1927-1977) donde lo histórico, lo
literario y lo periodístico se enlazan, está considerado como uno de los
relatos más importantes de la nación argentina, que encabeza una compilación de
seis cuentos publicados en 1965 bajo el título Los oficios
terrestres. Fue reeditada en 1986, tres años después del fin de
la dictadura que un día como hoy, hace 45 años, lo acribillara a balazos en las
afueras de Buenos Aires.
Figura de proa de la literatura argentina y latinoamericana, al triunfar la Revolución viaja a Cuba con algunos compatriotas. Durante su estancia en La Habana Walsh participó en la fundación de la agencia de noticias Prensa Latina junto a Jorge Ricardo Massetti y Gabriel García Marx. En 1960 logró descifrar, con un manual de criptografía, mensajes secretos de la CIA que revelaban el proyecto de los Estados Unidos de invadir a Cuba por Playa Girón con
exiliados cubanos entrenados en Guatemala. Su Operación masacre (1957) fue un grito de alerta que prefiguró la gran catástrofe humana y política que se abalanzó más tarde sobre su país y constituyó la primera novela de no ficción periodística. Un día antes de su muerte, al cumplirse un año del golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976, Rodolfo Walsh redactó la Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar. Desde ese 25 de marzo de 1977 continúa desaparecido. La Carta Abierta fue su última palabra pública.“Esa mujer”
En este cuento, el narrador adopta
diferentes niveles enunciativos que lo tornan difícil de descifrar si
desconocemos el motivo histórico que condujo a su creación: el destino de la
enigmática e innombrada mujer que asoma desde el título, cuyo trayecto después
de muerta seguiremos a todo lo largo del relato como quien desplaza un dedo
sobre un mapa, hasta llegar a la nada de las verdades ocultas. Se
trata de un acercamiento a la figura histórica de Eva Perón (1919-1952) y
a un hecho real ocurrido después de su muerte: la desaparición y
«secuestro» de su cadáver embalsamado, cuyo paradero fue voluntariamente
escondido durante casi veinte años por el autor del rapto. Ocurrió en los
locales de la CGT de Buenos Aires el 24 de noviembre de 1955. La materia
de la escritura es entonces la apropiación real del cuerpo embalsamado de Evita
Perón por el coronel alemán Carlos Eugenio Moori Koenig, exiliado en Argentina
como tantos otros oficiales nazis que encontraron refugio en el continente
americano para escapar de la justicia después del fin de la guerra en 1945. Múltiples
son los ejemplos que permiten ilustrar lo anterior, como el del oficial Adolf
Eichmann, capturado en Argentina en 1960 o el de Klaus Barbie, que vivió en
Bolivia hasta 1983.
« Esa mujer » recrea en la ficción
el diálogo que realmente tuvo lugar entre el oficial y el periodista, deseoso de escribir sobre el caso y de descubrir el derrotero de Evita, cuyo
nombre exacto no aparece nunca en el cuento. No lo pueden pronunciar, como no
se permitía mencionarla a ella ni a su esposo Domingo Perón (« El Viejo »). Sabemos que después del derrocamiento de su gobierno, estuvo prohibido por el decreto ley 4161 de la llamada Revolución Libertadora. El
texto es una invitación a retornar sobre el manto de silencio/mortaja que
cubrió el destino de « Esa mujer » durante casi dos décadas. Así, de
la tentativa de encontrar su cuerpo por medio de una imporbable confesión, llegamos
a la recuperación de la memoria nacional de la mano de Rodolfo Walsh.
Rapto del cadáver e indicios sobre la identidad del secuestrador.
Entramos de golpe en el recuento de un
narrador omnisciente, que es a la vez el personaje que dialoga y bebe whisky
con el coronel. De inmediato, nos presenta a su interlocutor europeo (“El
coronel tiene apellido alemán”), cuyas características físicas, su gusto por el
arte y sus veinte años de servicios de informaciones en el Ejército argentino
nos permiten conocer poco a poco su identidad, los pomenores del intercambio
sostenido, el edificio de Buenos Aires donde se desarrolla la escena y el
porqué de la conversación:
Desde el
gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces
pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos
Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha
reunido. [...] Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún
no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que
algunos sospechan que podría ocurrírseme.
A medida que avanzamos en la
lectura, se nos dibuja al coronel como la persona que conoce el
paradero del cuerpo, pero que dilata ad infinitum sus
respuestas para agrandar el misterio, recordando detalles de un reciente
atentado sufrido por él y su familia probablemente a manos de los
antiperonistas (“esos roñosos”), interesados en hacer desaparecer un símbolo
nacional que él amaba:
Fondearla en el río, tirarla de un avión,
quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuánta basura
tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura.
Sus actitudes, sus silencios y escasas
palabras, en ocasiones incoherentes y en un español elíptico, imperfecto («Eso
le demuestra»), repetidas por el narrador entre comillas, interrogan constantemente
al lector. Sabe de Filosofía y letras, asegura que ha leído a Hegel y aparenta
saber de historia y ser culto. Pero la omnipresencia del campo léxico de la
muerte (cadáver/mortaja/ataúd) nos recuerda sin embargo su extraña cercanía
con ella, acentuada por la presencia de una metralleta con la que está
dispuesto a disparar en todo momento sobre cualquier sospechoso. Sabremos luego
que el militar intervino activamente en el traslado y disimulación del cuerpo
que se disputan todos. Por contraste, para la gente de pueblo («los obreros que
había por ahí»), « esa mujer » se engalana con atributos de
"diosa", de "reina" como en la novela Santa
Evita (1995) del también escritor y periodista Tomás Eloy
Martínez, gran amigo de Rodolfo Walsh.
El trayecto nacional del cadáver y la
banalidad del Mal
El coronel repite con intención, y sin que
se le pregunte, que «es argentino», aunque su condición de agregado militar
durante la segunda guerra mundial, su contacto frecuente e indiferente con la
muerte (« Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas (…). Y hombres
muertos. Muchos en Polonia, el 39 »), no dejan duda en cuanto a su
procedencia y sus implicaciones en el exterminio sistemático y masivo que tuvo
lugar en la Europa durante ese espacio temporal que él mismo nos refiere (1939-1945).
El diálogo da paso al recuento preciso, testimonial, a una serie de
acciones en pretérito que poco a poco aceleran el ritmo del relato y dan mayor
relieve al personaje del coronel. Abundan, como para acentuar su cinismo, las
referencias bíblicas, su deseo de enterrarla « como cristiana », las
alusiones a San Pedro (negación del cuerpo crístico, como el de Evita) o al
simbólico cinturón franciscano que le ata a la cintura. No logra esconder
su actitud impasible al ver el cuerpo («A mí no me podía sorprender») y critica la
sorpresa y desmayo de los otros ante su "reina".
Las decisiones absurdas como cortarle un dedo, sacarle radiografías, los
intentos de un « gallego asqueroso » de violar el cadáver y su
recorrido caótico, trazan verbalmente el Via Crucis del cuerpo
embalsamado de Evita y los distintos lugares donde la escondió el militar :
« la tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo, […] en mi despacho, sobre un
armario, muy alto ».
Entre lo dicho y lo no dicho, entre lo sugerido y condensado para
invitarnos a desencriptarlo, el escritor recurre a los artificios de la novela policial. El texto se torna en desafío al lector, en una
invitación a la investigación histórica y a buscar, más alla del límite de la
palabra escrita, la veracidad de los hechos.
El coronel se pierde en sus recuerdos («
Ya no sé dónde está el coronel») y la insistencia verbal del narrador
(véase el uso del verbo LLOVER) subraya cómo es experto en disimular las
huellas del pasado, como si un diluvio le borrase lentamente la
memoria. («llueve»; «Llueve día por medio»),
El coronel se rehúsa a dar indicios. No ofrece detalles del sitio donde esconde el cuerpo, pero recuerda, con la perversidad típica de los criminales nazis que «Está parada/La enterré parada», posición vertical que, como la suya al decirlo (el personaje está de pie), inmóvil y marcial, ofrece una maquiavélica visión de la dureza de los hechos reales, nada exentos de un inveterado machismo ("¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!"). Este guiño del autor nos recuerda con intención el conocido binomio Civilzación y Barbarie introducido por Domingo Faustino Sarmiento, sabiamente invertido en provecho de la imagen sacrificial de Evita (Nuestra América), herida en su matriz por la ominosa presencia en de esos jinetes del Mal y personeros de la muerte. La necrofilia del personaje que «llora» con nostalgia, aflora ante el recuerdo prolongado del cadáver tanto tiempo poseído. «Y largamente llueve en su memoria» marca una transición en el texto, justo antes de que el periodista haga volver al coronel de su letargo.
Salida del país del cadáver y vuelta a la
historia, con la frente marchita.
La inercia del coronel abre paso a la
acción («Me paro», «le toco el hombro»), con una consiguiente acumulación
de preguntas y respuestas en estilo directo que aceleran el ritmo de la escena
y parece llevarnos a la solución del enigma.
Y me mira con
desconfianza, como un ebrio que se despierta en un tren desconocido.
—¿La sacaron del país?
—Sí.
—¿La sacó usted?
—Sí.
—¿Cuántas personas
saben?
—DOS.
—¿El Viejo sabe?
Se ríe.
—Cree que sabe.
—¿Dónde?
No contesta.
—Hay que escribirlo,
publicarlo.
—Sí. Algún día.
Parece cansado, remoto.
—¡Ahora! —me exaspero—. ¿No le preocupa la historia ? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!
Pero el resultado del interrogatorio arroja
respuestas imprecisas (nótese el uso del verbo CREER), lacónicas, que avanzan a
contrapelo del ritmo acelerado e in crescendo del intercambio. En
el tono, la insistencia y el uso de los imperativos («Piense») descubrimos la
exasperación del periodista («¡Ahora!», «No, ya mismo») ; la tipografía y
el uso de las itálicas señala su último intento en forma de invectiva, como muestra de su exasperación ante el secreto no revelado:
—¿Dónde, coronel, ¿dónde?
Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a preguntarme quién soy, qué
hago ahí.
Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que volver, o que no
volveré nunca. Mientras mi dedo índice inicia ya ese infatigable itinerario por
los mapas, uniendo isoyetas, probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya
no me interesa, y que justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la
voz del coronel me alcanza como una revelación.
—Es mía —dice simplemente—. Esa mujer es mía.
Así termina este cuento, con la afirmación
de la posesión por la fuerza del cuerpo/trofeo de la mujer − que es también la
de una verdad no dicha− a pesar de los esfuerzos y proposiciones del
periodista-narrador en aras de obtener una confesión (« No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil
dólares. Diez mil. Lo que quiera »). El texto expone su deseo, similar al de su autor, de dar a
conocer la verdad, de ofrecer los pormenores del destino de la diosa/reina, de
revelar la suerte de esa Mujer-Patria que es necesario alcanzar al precio de una transgresión para plasmarla
en la Historia.
Rodolfo Walsh, fiel a su función social
como escritor y con un metaluenguaje propio de su vocación periodistica, da pruebas de su voluntad de salvar el cuerpo de Evita del anonimato y del olvido
a través de la escritura, además de brindarnos la posibilidad de asistir a una
suerte de juicio (aun pendiente) donde se encausa al fin al autor de estos y
otros macabros hechos.
Conclusión
« Esa mujer » es un cuento donde abundan recursos que logran cautivarnos y con un final abierto, enigmático e impactante, nos adentra en un pasado que es necesario revelar para entender mejor el futuro. A imagen de otras obras literarias (La cautiva, de Esteban Echeverría; "Romance de la Mora cautiva" o "La mora Zoraida" en Don Quijote, de Cervantes; Simulacro, en El Hacedor, de Borges, Elia, de Onetti) o pictóricas (La cautiva, de Juan Manuel Blanes, 1880), donde se aborda el tema de las mujeres raptadas, se intenta sobrepasar, con un andamiaje sutil e ingenioso, el objetivo primero de la literatura, expresado en la voluntad de recrear a través del arte una historia que aun está por escribirse, por completarse.
Vida y muerte, memoria y olvido se entrelazan así en el rescate de esa figura femenina esencial para el imaginario nacional argentino, haciendo evidente cómo el arte de decir y la literatura son también un lugar de memoria, indispensable en la reconstrucción del pasado del pueblo argentino. La restitución del cuerpo de Eva Perón, robado en noviembre de 1955 y custodiado en Milán (con ayuda del Vaticano) bajo un falso nombre, tuvo lugar en Madrid en septiembre de 1971. Fue entregada a Domingo Perón y luego de la muerte de éste, ambos fueron repatriados, en 1974.
Ser mujer, escribir la historia, ser activista y militante o ejercer el periodismo en defensa de los pueblos sigue siendo hoy un
riesgo constante en nuestras tierras de América, donde la cifra de afectados o desaparecidos
crece cada día exponencialmente. Las dictaduras hiceron su zafra y el nazismo asoma con sus peores poses en las fotografías de algunos periódicos. Pero leer a Rodolfo Walsh a 45 años de su asesinato
da cuerpo y voz a ese fantasma incómodo, que desde el sitio desconocido donde reposa su cuerpo, nos envía su verbo de hermandad, intrincado y generoso, que no se cansa de invitarnos a desentrañar la
verdad o de aspirar a la justicia.
—Es mía —dice simplemente—. Esa mujer es mía.
ResponderEliminarEn efecto, palabras lapidarias. Las últimas del coronel.
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