La pluma ríspida y viva de un periodista excepcional recogió en 1934 el drama del campesino cubano y de su lucha a muerte por la tierra.
Realengo 18 (fragmentos)
EL ESCENARIO
El que quiera conocer otro país, sin ir al extranjero, que se vaya a
Oriente; que se vaya a las montañas de Oriente donde está el Realengo 18 y en
donde se extienden otros, como el de Macurijes, el de Caujerí, El Vínculo, el
Bacuney, Zarza, Picada, Palmiján y algunos más. Que se vaya a Oriente, a las
montañas de Oriente. El que quiera conocer otro país. Que monte en una mula
pequeña y de cascos firmes y se adentre por los montes donde la luz es poca a
las tres de la tarde y los ríos, de precipitado correr, se deslizan claros por
el fondo de los barrancos, con las aguas frías como si vinieran del monte. Allí
encontrará no solo una naturaleza distinta, sino también costumbres diferentes
y hasta hombres con sentido diverso de la vida. Y, aunque acaso a un occidental
no le sea grato, encontrará también el orgullo de una historia considerada como
propia; la satisfacción de que no haya río por el que no hubiera corrido sangre
mambí, ni monte donde no pueda encontrarse el esqueleto de algún héroe. (...)
TIERRA O SANGRE
Los campesinos del Realengo 18 que tanta nombradía han merecido alcanzar
con su protesta rotunda y viril ante las ansias geofásicas de compañías de
nativos y extranjeros, han celebrado durante tres días, con un son
interminable, unas cuantas botellas de ron y unos cuantos «machos» y chivos
asados, la tregua de un año ofrecida por el Gobierno y el coronel Fulgencio
Batista, por boca del gobernador de Oriente, doctor Ángel Pérez André en la
Asamblea celebrada en Lima, al lado del río Jaimo, de aguas frías como si
saliera de un refrigerador. Cerca de mil agrarios bajaron de las montañas para
participar de la Asamblea y allí desde temprano, aguardaron la llegada del
Gobernador, que tuvo que demorarse a causa del entierro del mayor general
Capote, verificado en Bayamo el mismo día. Ante la Asamblea, el doctor Pérez
André celebró un cambio de impresiones con la Directiva de la «Asociación de
Productores Agrícolas del Realengo 18 y colindantes» y en ella le dirigió la
palabra Lino Álvarez, el Presidente, hombre de singular personalidad, de quien
hablaré más adelante con detenimiento. Le habló con la energía que le ha valido
la real jefatura del Realengo. Y sobre lo que le dijo, como sucede con las
cosas de los individuos de personalidad, existe ya la leyenda y la historia
(...). Baste con decir ahora, que Lino Álvarez le aseguró al Gobernador que
ellos no querían guerra ninguna; que lo que querían era la tierra, solamente la
tierra, que era suya porque la habían conquistado para la República y la
República se la debía (...). Con esa esperanza, los hombres del Realengo, que
son hombres de trabajo y no de guerra, y que llevaban varios meses sin trabajo,
partieron hacia las montañas entre cantos, décimas y rasgueos de «tres» y
golpes de bongó, a divertirse un rato después de tanta espera. (...) De los
labios del propio Lino Álvarez recogí la historia íntegra de las luchas por la
posesión del Realengo 18; su aporte personal a las mismas; el relato de las
celadas que le han tendido; todo el proceso de leguleyerías al que se han
prestado desde el Juzgado de Guantánamo hasta el Tribunal Supremo; el deseo
ferviente de ellos de acogerse a la justicia y a la decisión final de hacerse
la justicia ellos mismos, porque como dice él mismo, con maravillosa certeza,
ellos no le deben esa tierra más que al Estado y el Estado son ellos (...). De
sus labios recogí también acusaciones concretas contra las empresas
imperialistas que los han cercado y contra los individuos –no tan extranjeros–
que han servido de testaferros a esas patrañas. (...)
A LAS ÓRDENES DE JOSÉ MACEO
Hoy Lino Álvarez tiene 57 años, y es un negro bien negro, de pequeña
estatura, pero bien musculado, fuerte; y tiene los ojos silenciosos y
profundamente oscuros. Habla con lentitud, como el hombre a quien no le gusta
rectificar. Y nunca ha estudiado. Su firma, que aprendió a trazar no hace
mucho, se enreda como un bejuco del monte. (...) Cuando Lino Álvarez tenía 18
años, vino la revolución y se fue a ella, incorporándose en Morón de Oriente el
13 de mayo de 1895, al Regimiento Moncada que mandaba entonces el Coronel No me
Friegues... Pronto pasó a las órdenes de José Maceo y peleó en El Triunfo,
Sabana, Hato del Medio, Dos Caminos de San Luis, Jiguaní, Cascorro y otros
combates hasta que murió aquel león, enamorado del machete, y entonces se puso
bajo las órdenes de Calixto García, combatiendo en las Yerbas de Guinea. Y en
todos los tres años de guerra no recibió una sola herida, terminando la campaña
con el grado de teniente. De estos recuerdos de «tres años haciendo patria»,
Lino ha sacado estas conclusiones: «No han hecho más que política con nosotros
(...) Y ya no tenemos fe en los ofrecimientos de los gobernantes, porque hasta
estas tierras que conquistamos nosotros, los extranjeros nos las quieren
arrebatar en complicidad con los gobiernos (...) Pero aquí habrá que venir a
buscarnos a la Sierra (...)». Después de la lucha por la libertad, Lino Álvarez
solo peleó en La Chambelona (...).
EL QUIMBUELERO DE ALMEYDA
Cuando vino la paz, Lino, que era un hombre de campo, volvió al campo. Se
consiguió unos bueyes, unos quimbuelos y unas carretas y empezó a tirar caña
para los ingenios en la zafra y madera para las líneas en el tiempo muerto. Y
como los tiempos fueron buenos y él trabajaba de sol a sol, fue reuniendo
bueyes y carretas y quimbuelos y dinero y llegó a tener varias yuntas
magníficas y unos cuantos miles de pesos. Por este tiempo fue que Lino Álvarez
llegó a ser quimbuelero de Almeyda, de Federico Almeyda, el isleño avaricioso
que reunió tierras y amontonó millones en la provincia de Oriente.
Pero allá, por el año 1920 más o menos, Federico Almeyda, que había
extendido sus tentáculos hacia las tierras del Realengo y colindantes, por
medio de uno de sus altos empleados, Manuel Delgado, le trasmitió la orden de
que notificara a los vecinos que fueran desalojando aquellos montes (...).
Entonces Lino Álvarez partió para el Realengo y dio comienzo a la lucha que le
costó su dinero, sus bueyes, sus carretas y sus quimbuelos, aparte de tres
balazos, pero que le ha dado la oportunidad para figurar acaso con desusada
brillantez, en las páginas de la historia de Cuba. Porque en las luchas del
Realengo 18, de las cuales él es el máximo sostén, no hay otra cosa que la
rebelión campesina, la revolución agraria que comienza a germinar y que habrá
de arrancar algún día a los «propietarios» las tierras obtenidas «legalmente»,
para la explotación de los hombres.
HOMBRES DE LEYES Y HOMBRES DE GUERRA
Lino Álvarez, en las luchas por obtener la libre posesión de las tierras
del Realengo 18 y colindantes para los campesinos que las trabajan y viven de
ellas, ha demostrado ser, a la par, un «hombre de leyes y un hombre de guerra».
Conocedor instintivo de todas las triquiñuelas de la ley y –sobre todo– de los
leguleyos, no vaciló en entablar la batalla por la vía legal. (...) En cambio,
de Luis Echeverría, Presidente de la Audiencia de Oriente, a quien llaman «el
hombre bueno de Almeyda», solo hablan despectivamente, por considerarlo el
mejor servidor de las empresas latifundistas de la provincia. (...) ¡Un año, él
y José Pradas recibieron 244 citaciones para declarar! (...) ¡En solo un año!
Pero como las luchas legales eran rotas a trechos por las incursiones violentas
de las compañías, entonces aparecía en Lino el «hombre de guerra» y fue él
quien, al mando de los realenguistas, se apareció en las trochas comenzadas, a
encararse con los ingenieros y los soldados para impedirles, por la fuerza si
era necesario, la continuación de los trabajos. Estos son los momentos
dramáticos de la lucha por la tierra. Fue el 3 de agosto cuando en el Charco de
los Palos, en el lindero de Macurijes, 160 hombres con sus machetes le
notificaron al ingeniero Félix Barrera que no podía continuar la trocha de los
deslindes. Y el 20 de octubre en El Saíto vino el primer choque con las fuerzas
del cabo Danger, a las que impidieron los montunos continuar la marcha; y a los
tres días después vino el choque, que no terminó sangrientamente, porque los
soldados comprendieron que iban a ser aplastados. Este es el clímax de la lucha
de la que seguiré dando cuenta lo más exacta posible. De la lucha que desde
aquel día tiene por lema Tierra o sangre.
*Periodista, escritor y revolucionario cubano (Puerto Rico, 1901-España,
1936)
Fragmentos publicados por el periódico Granma, Jueves 17/05/2018
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